ANDALUCÍA

DOBLAN LAS CAMPANAS

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Para la feligresía socialista ayer y hoy fueron días con sabor a ceniza. Todo lo contrario que al conservadurismo centrista, ahíto de sorbos de champán, besos a mogollón, abrazos desordenados y miradas a las alturas celestiales en acción de gracia. La democracia es un invento para triunfadores, por muy fugaces que sean sus sueños y cierta obscenidad del júbilo de esta tribu tan probada y sufrida hasta que el desencanto popular los ha colocado en la antesala de la gloria pública. Los albaceas de la actualidad de los hechos noticiosos, nosotros los gacetilleros, humedecemos los labios en tales pócimas milagrosas que ha embriagado a las supervivientes huestes del conservadurismo patrio. Y es curioso, compatriotas: nadie se reconoce públicamente como conservador. Claro. Nadie tampoco se identifica con los rácanos, los filibusteros y los traficantes de sentimientos.

Hoy, las campanas doblan por Zapatero y por el Partido Socialista. Apartada del escenario en el que se exhibe casi toda la nómina más o menos izquierdosa que bordó la transición española, los descendientes, directos o no, de aquella España que subió a los altares al compás de los vencedores de la guerra civil, siguen abrazándose y dejando escapar lágrimas de júbilo por sus sufridas mejillas. La vida es literatura y el triunfo la épica. Cuando la derecha lo asuma, será más generosa y se mostrará menos ensimismada. O sea, España, entonces, será un país menos literario pero más apacible y civilizado.

Seguiremos, sin embargo, echando de menos los restos de los desaparecidos hace más de setenta años. Es uno de los rasgos igualitarios de la época en la que vivimos. Como colofón de esta serie real como la vida misma, un grupo de tecnócratas de la causa socialista andan intentando madurar una asamblea extraordinaria para desplazar a Zapatero del foco del poder socialista. Sucedió con el desdichado y recordado Adolfo Suárez, prosiguieron con el desguarnecido Antonio Hernández Mancha los pequeños monstruos de la efímera Alianza Popular con el consenso mudo de Manuel Fraga, del que se puede decir que en el presente rabioso la política de hoy la contempla, disfruta y padece desde el saloncito de su casa gallega. Don Manuel se dedica más a rezar en estos tiempos que a transmitir orientaciones políticas. Algunos rojos lo echan en falta y los fabuladores de la prensa lo recordamos con cierto agradecimiento, pues del poderío de su poderosa garganta brotaban más agradecimientos que rechazos.