Elisabeth Taylor y su segundo marido, el actor inglés Michael Wilding, en el hotel Sahara. :: REUTERS En los últimos tiempos se podía pasar la noche por 30 dólares.
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Adiós timbas y 'glamour'

El hotel-casino más veterano de Las Vegas, el legendario Sahara, donde compartían mesa y ruleta Frank Sinatra y Clint Eastwood, ya es historia

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Terminó la partida. Más de mil personas se van a la calle tras el cierre del hotel-casino Sahara de Las Vegas. La mayoría de sus trabajadores superan los 50 años y todavía recuerdan, como si fuera ayer, los tiempos en que Frank Sinatra o la mismísima Tina Turner se arrancaban en la sala Congo con un 'My way' que ponía los pelos de punta. ¿Cómo olvidarlo? La clientela solía vestirse de etiqueta, se daba una vuelta por la peluquería y se guardaba en el bolsillo un buen puñado de preservativos.

Allí, en la sala Congo, rodeados de dibujitos de antílopes y cazadores, con cuencos rebosantes de melocotones y ansias de vivir la noche a tope, se les llenaban los ojos de lágrimas. No lo podían evitar al oír la estrofa final de la canción de Paul Anka: '(...) decir lo que siente y no las palabras de un hombre arrodillado'. Eso -y mucho más- cantaban 'La Voz' y la diva negra de la sempiterna minifalda en la capital mundial del juego. Qué época.

Ahora ya no tienen cabida el Sahara ni la montaña rusa (la más rápida de Las Vegas) que había montado el hotel junto a la cafetería. El riesgo y la aventura se huelen en esta ciudad. Hay que apretarse los machos porque nadie está salvo, ni siquiera un negocio con 59 años de historia, que pretendía vivir de las rentas y apostó fuerte. En vano. Sus poco más de 1.700 habitaciones y cerca de 8.000 metros cuadrados no podían competir con las moles estilizadas de los 'gemelos' Wynn y Encore, que alcanzan los 50 pisos y lucen destellos dorados cuando pega el sol. Son rivales imbatibles, con almohadas de algodón egipcio y servicio de pedicura las 24 horas.

En la urbe más titilante de Nevada ya no llaman la atención las cúpulas con forma de cebolla o los camellos luminosos. Así es la vida en Las Vegas, donde nadie te mira dos veces si dejas de ser 'cool' (enrollado). Ni las fotos de Jane Russel en el vestíbulo -sobre todo de su escote-, ni el olor a tabaco que impregna las paredes, ni muchísimo menos las tragaperras prehistóricas conseguían que la clientela del Sahara perdiera la cabeza y aflojara el bolsillo. La demanda cayó en picado y, en los últimos tiempos, se podía pasar la noche por apenas 30 dólares. ¡Si el bueno de Clint Eastwood lo hubiera sabido!

Allá por la década de los 60, el protagonista de 'Harry el sucio' podía pasarse varios días encerrado en la habitación -en buena compañía- sin apenas probar bocado. Para no perder tiempo y, sobre todo, ahorrar. Nadie es perfecto. Su fama de tacaño viene de lejos... Eso sí, a la hora de trabajar, no escatimaba ni energías ni dinero. Como en 'The gauntlet' ('Ruta suicida'), rodada en 1977 y que incluye un guiño al hotel de sus amores. Ha llovido mucho, pero le habrá dolido el declive del Sahara. Clint siempre ha sido un romántico.

Íntimo de Elvis Presley

Sus últimos propietarios -la poderosísima empresa SBE Entertainment- creían que bastaba con cambiar la alfombra y la iluminación del enésimo espectáculo de los Platters. Llegó un momento en que apenas despertaba curiosidad entre los turistas el 'burrito' (tortilla mexicana) de casi tres kilos que servían en el Nascar Cafe. Tenía el sobrenombre de 'La Bomba' y no estaba al alcance de cualquiera. ¡Viva el riesgo! Solo ahí se esforzaron en mantener vivo el espíritu del fundador del Sahara, un tipo llamado Milton Prell que se dedicaba al negocio de la joyería y era íntimo de Ray Bolger, el espantapájaros en 'El mago de Oz'.

Dicen que Prell era muy simpático, que le gustaba usar tirantes y solía imitar a Elvis, otro de sus compañeros de juergas. En definitiva, le habría hecho gracia la ocurrencia de un 'burrito' de casi tres kilos. ¿Por qué no? Pero, hombre, no se habría quedado solo en eso. Lo mismo que mandó construir una piscina olímpica para hacer las delicias de Cary Grant -un atleta de la cabeza a los pies- o decorar con camellos de cartón piedra los patios interiores para divertir a Marlene Dietrich, no le habría costado sacarse otro as de la manga. Conocía muy bien a sus compatriotas.

«Mire, hay que saber entretener. Sobre todo en EE UU, donde no existe la cultura de la estabilidad... Van de aquí para allá, son inquietos por obligación. Por eso mismo, no les llama la atención ni la historia ni la tradición. Hay que ofrecer novedades cada dos por tres. ¡Eso es lo que manda! Y no olvidemos que su máxima ilusión es recibir un premio o ganancia inesperada. Eso les encanta; no buscan trabajo y salario fijos, tienen otra mentalidad. Bueno, es lo que creo yo...», reflexiona Domènec Biosca, presidente de la Asociación Española de Expertos en Empresas Turísticas.

Visto lo visto, el Sahara no supo abrir juego. Más de mil trabajadores se van a su casa con las manos en los bolsillos. Se acabó la partida y ellos son los grandes perdedores. Los de verdad.