Menéndez Salmón es licenciado en Filosofía y columnista en varias publicaciones. :: LA VOZ
Ricardo Menéndez Salmón

«La literatura funciona como un gigantesco mecanismo de inquisición y exhumación»

El autor asturiano participa en una nueva cita de las 'Presencias literarias' organizadas por la Universidad de Cádiz

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Ricardo Menéndez Salmón llega esta tarde a la Feria del Libro para avisar de que 'La luz es más antigua que el amor' (Seix Barral, 2010). Una frase, un sacrilegio, que le sirve de arranque y título a su última novela. El libro cuenta con la presencia de tres pintores. Dos de ellos son ficticios: el medieval Adriano de Robertis, que se enfrenta al poder de la Iglesia pintando una virgen barbuda, y el ruso Semiasin, que asiste al caos cruel de la modernidad, desde Stalin al 11-S. El tercer artista, el único real, es Mark Rothko, de quien Menéndez Salmón dice sentir una profunda admiración. «Hay dos factores que me hicieron decantarme por Rothko. Uno, puramente subjetivo, tiene que ver con el hecho de que su obra, en su extraordinaria sencillez, siempre me ha fascinado. Yo sentía que, de algún modo, debía explicarme a mí mismo los motivos de esa fascinación. Por otro lado, objetivamente, la vida personal de Rothko, marcada por el diálogo entre éxito y fracaso, luz y oscuridad, publicidad y privacidad, me parecía muy interesante para reflexionar sobre una serie de temas que están en el corazón del libro», reflexiona el autor asturiano, (Gijón, 1971).

Y esos temas son, entre otros, la metaliteratura y la misión del arte como contrapunto de los poderes establecidos.«Todo artista, de un modo u otro, tiene que establecer un diálogo con los poderes imperantes. Históricamente, esos poderes se han encarnado en la Iglesia, el Estado y, desde hace un tiempo, el Mercado, que hoy parece la plasmación máxima de la única ideología observable: la del capitalismo», cuenta el autor.

Cierra el círculo de la historia Bocanegra, el escritor que narra los tres fragmentos y la excusa para ejemplificar el proceso literario. «En un determinado momento de la redacción de la novela, sentí que faltaba algo que diera cohesión a las historias de pintores. Se me ocurrió entonces que una manera de vincular entre sí esas historias sería mostrar las bambalinas, el proceso de escritura, proyectar el trabajo de otro tipo de creador sobre el material vivo del libro. Lo complejo, en este caso, fue escoger los tres momentos del desarrollo de Bocanegra que me permitieran dialogar con los tres momentos de la historia de la pintura abordados».

Si Bocanegra es un trasunto o no del autor de 'La trilogía del mal', no parece importarle a su creador. Menos aún los laureles literarios que le endosa al final de la novela a su personaje. «Lo importante de Bocanegra no es que le concedan el Nobel de Literatura, sino lo que en su discurso de aceptación del premio dice. Allí, en esas pocas páginas finales de la novela, se esconde mi convicción en el poder consolador de la literatura y, por extensión, del arte».

Revelación

Menéndez Salmón, que participa en una nueva cita de Presencias Literarias de la UCA, aunque en el Baluarte de la Candelaria, hablará esta tarde de su matrimonio con la literatura. «Supe que quería escribir después de la lectura de un libro tan hermoso como terrible, 'Viaje al fin de la noche', de Louis-Ferdinand Céline, que descubrí cuando tenía 18 años. Ese texto fue para mí una conmoción y una revelación. Me conmocionó porque me hizo descubrir que las palabras eran armas poderosísimas para sacudir la conciencia; y me reveló que yo quería dedicar mi vida adulta a intentar aproximarme a aquella magia», recuerda.

El asturiano, que reconoce escribe fundamentalmente por insatisfacción, está convencido de que la literatura es una «enfermedad» que sirve a los infelices para intentar poner orden en el mundo y, a la vez, que «funciona como un gigantesco mecanismo de inquisición y de exhumación».

Durante su charla, Menéndez Salmón repasará su trayectoria profesional, que más que nunca con esta última obra se ha clasificado de intelectual. «No me molesta esa etiqueta. Acepto que cada escritor escribe para un determinado tipo de lector, lo conozca o no, lo tenga en mente o no, y quizá mis libros, en ese sentido, exigen un lector más educado o culto, más conocedor del acervo de nuestra tradición, que otros escritores contemporáneos. Si eso genera una literatura 'intelectual' no seré yo quien le cambie el calificativo», sentencia.