Un soldado paquistaní mira los restos del helicóptero militar de EE UU que se estrelló a las afueras de la vivienda de Bin Laden. :: EFE
MUNDO

Obama se la jugó contra su Gobierno

Solo el director de la CIA apostó por el asalto a la casa de Bin Laden frente a los que pedían esperar o bombardear

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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Calmado y relajado, el sábado por la noche Barack Obama bromeó desde el micrófono ante la audiencia de la cena de corresponsales de la Casa Blanca, con tanto sentido del humor que superó al humorista Seth Meyers, maestro de ceremonias. Nada permitía intuir que el mandatario acabara de jugarse la presidencia y hasta su lugar en la historia con una decisión que muchos de sus generales, consejeros y miembros de Inteligencia consideraban una receta para el desastre.

Si acaso, la burla hacia las «importantes» decisiones que el millonario Donald Trump tiene que afrontar en su 'reality show' al decidir a quién despide cobra en retrospectiva más ironía de la que nadie sospechaba: «Éste es el tipo de decisiones que me quita el sueño por las noches», se mofó Obama.

Durante los últimos dos meses había calibrado la posibilidad de dar caza a Osama bin Laden en la fortaleza de Abbottabad que descubrió la CIA en agosto, pero los tiras y aflojas sobre los pros y contras de la operación, en la que nadie daba garantías de encontrar al líder de Al-Qaida, se intensificaron en la última semana. Más de una docena de altos cargos de la Casa Blanca, el Pentágono y la CIA describieron su experiencia de esos últimos días en los que Obama transmitía calma como «un manojo de nervios», describió 'The New York Times'.

«No había una reunión en la que alguien no mencionara 'Black Hawk Down'», la película de Ridley Scott que retrata la masacre de las fuerzas especiales Delta en Mogadiscio, donde los cuerpos fueron arrastrados por las calles como trofeo. La operación que tenía que durar media hora se tradujo en dieciocho a partir de que las milicias somalíes derribaron dos helicópteros. Balance mortal: 18 soldados estadounidenses y entre 500 y 700 civiles. Bill Clinton ordenó la retirada del país africano. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, presente en las reuniones en las que Barack Obama tenía que decidir si se la jugaba, conocía muy bien las consecuencias de que algo saliese mal, pero también numerosos generales y asesores de la CIA que tenían en mente otros fracasos de mandatarios demócratas, como el fallido rescate de los rehenes de la Embajada estadounidense en Teherán, que en 1980 sentenció la presidencia de Jimmy Carter, o la fracasada invasión de Bahía de Cochinos (Cuba) de John F. Kennedy.

Durante semanas los analistas habían intentado identificar a los habitantes de la mansion a través de las fotografías de satélite de la Agencia de Seguridad Nacional, pero a esas alturas sólo podían dar un 60% o 70% de posibilidades de que el hombre alto con barba fuera el líder de Al-Qaida. Algunos miembros del Gobierno recomendaban esperar hasta que hubiera pruebas más concluyentes, pero el director de la CIA, Leon Panetta, temía perder el mejor rastro del millonario saudí que había tenido EE UU desde que lo perdió en Tora Bora en 2001.

Demasiados daños

El jefe del Pentágono, Robert Gates, era partidario de bombardear la fortaleza desde el aire, pero los expertos decidieron que se necesitarían 32 bombas de 1.000 kilos cada una. Los restos que quedarían en el cráter serían practicamente inidentificables y las víctimas colaterales demasiado numerosas. La opción de los cuerpos de elite en helicópteros de asalto por la que acabó decantándose Obama era la que menos adeptos tenía. «¿Qué pasará si cae uno, te metes en una batalla y aparecen los paquistaníes (que no habían sido informados para que no hubiera filtraciones)? ¿Cómo luchas para salir de ahí?», se preguntaban los altos mandos del Gobierno, según el recuento que hizo ayer el director de la CIA a la revista 'Time'.

Panetta se había reunido en febrero en una habitación sin ventanas del septimo piso de la CIA con el vicealmirante William McRaven, comandante de las fuerzas especiales en el Pentágono, para darle los detalles que tenían sobre la fortaleza y empezar a preparar la operación. El jueves , después de que Obama hiciera público su certificado de nacimiento para «dejarnos de tonterías y ocuparnos de cosas más serias», Panetta y el resto del Gobierno intentaron convencer al presidente de qué debía hacer en Abbottabad. «No os lo voy a decir ahora», concluyó Obama. «Me voy a marchar y a pensarlo un poco más, pero lo decidiré pronto». Apenas dieciséis horas después, en la mañana del viernes, convocó a cuatro altos asesores en la habitación diplomática de la Casa Blanca y les comunicó su decisión: «Vamos con ello», ordenó.