Sociedad

PASIÓN POR EL TORO

CRÍTICO TAURINO Actualizado: Guardar
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Hijo y nieto de insignes ganaderos, Juan Pedro Domecq Solís representa el postrero eslabón de una familia que, inmersa desde los albores del pasado siglo en la búsqueda permanente de la bravura, ha marcado la evolución de la tauromaquia durante los últimos ochenta años. Desde que en 1930 Don Juan Pedro Domecq Núñez de Villavicencio adquiriera la vacada del duque de Veragua y las cruzara poco después con reses del Conde de la Corte, se propuso la obtención de un toro con armoniosa y refinada lámina y que derrochara un comportamiento bravo y encastado. Para conseguir tales objetivos, desechó casi todo lo de origen vazqueño y decantó la selección en las frondosas ramas del cada vez más codiciado árbol de Vistahermosa. Tras el fallecimiento del patriarca, la ganadería pasó a manos de sus cuatro hijos, entre los que destacaría la labor desarrollada por Juan Pedro Domecq y Díez, excelente poeta y formidable ganadero. Consiguió un toro de preciosa estampa y de noble pero encendida embestida, que pronto se erigiría en el objetivo de las preferencias de públicos y toreros. Esta línea genealógica es la que recoge Domecq Solís cuando asume el mando de su ganadería en 1978 y con la que ha cosechado rotundos y reiterados éxitos, hasta el punto de convertirse en la divisa preferida por lo más egregio de la torería. En el empeño de lograr, lo que él llamó, «bravura integral», fue concediendo más importancia a la nobleza y a la suavidad que a la fortaleza y a la casta de sus reses. Por lo que, en ocasiones, la falta de emoción y transmisión ha caracterizado el comportamiento de sus toros. Animales que el propio ganadero llegó a calificar de «artistas», en explícita evidencia de su afán por encontrar ese toro ideal que aunara bravura y movilidad y que conciliara la casta con la nobleza.