Arturo Reyes, en un parque de San Roque, explicando su tragedia. :: A. V.
Ciudadanos

«Si pudiera dar marcha atrás, habría mirado dentro del ataúd»

Arturo Reyes San Roque. 1987

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Es de los pocos hombres que se han sumado a esta batalla, liderada sobre todo por madres y hermanas de los desaparecidos. No tiene claro qué ocurrió no hace tantos años y quiere respuestas, como todos los afectados. «Yo no sé si me lo robaron, pero algo raro pasó». La fecha grabada a fuego de Arturo Reyes es el 17 de septiembre de 1987.

Aunque de San Roque, sus cinco hijos nacieron en el hospital de La Línea. El último, Jesús, tendría ahora 24 años. «Nació prematuro y lo metieron en una incubadora. Después de insistir mucho me dejaron verlo. Ésa fue la última vez». Al día siguiente, les informaron que debían trasladarlo al Materno Infantil de Málaga «porque carecían de medios para atenderlo». Una vez más la insistencia le permitió viajar con su pequeño intubado en la ambulancia. Un viaje bastante accidentado porque estuvo a punto de volcar el vehículo.

«Cuando lo ingresaron, no me podía quedar allí y debía atender a mis otros cuatro hijos que eran pequeños. Mi mujer seguía ingresada y regresé a San Roque». Tras visitar a la madre, llamó por teléfono para saber cómo seguía el neonato. «Solo había pasado un día del alumbramiento y el médico me dijo que el niño tenía bastante riesgo de sufrir una trombosis cerebral. Fue muy duro escuchar que se moría o quedaba en estado vegetal». A Arturo le atormenta desde entonces ese pensamiento que tuvo aquel instante: «No me perdono haber preferido que se muriera».

Tres días después les informaron del fallecimiento. Un coche fúnebre trasladó el féretro desde Málaga hasta la iglesia donde se ofició el funeral. Nadie pensó que la caja podría ir vacía. «Ahora me dice mucha gente que debía haberla abierto, pero ¿quién se iba a imaginar una cosa así? Aunque si pudiera dar marcha atrás, habría mirado dentro».

En 2004 y después de varios requerimientos que le hicieron desde el Ayuntamiento de San Roque, autorizó el traslado de los restos de su hijo. «Debían tirar una pared de nichos porque estaba en muy mal estado». A Arturo tampoco se le olvida la cara del sepulturero cuando al romper la lápida y tirar de la caja, ésta se abrió. «Me dijo asustado. Aquí no hay nada. Solo un paño quirúrgico verde y una gasa».

Arturo acudió al cuartel de la Guardia Civil que ordenó el precinto de la tumba. En 2009, cuando la mayoría de estas historias aún no habían salido a la luz, el juzgado Mixto nº 2 de San Roque archivaba el caso por falta de pruebas. Hoy se echa a llorar, sin pudor ninguno, cuando le preguntan por la posibilidad de un reencuentro. La Policía Nacional ha citado a su mujer para tomarle una muestra de ADN. Pese al revés judicial, el Cuerpo Nacional quiere investigar su caso.