MAR DE LEVA

Marea vacía, marea llena

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Que traducido resulta: marea baja, marea alta. Se habrán dado ustedes, como todos, el madrugón para ver nuestro litoral convertido en otra cosa, piedras mayormente que cubrían las aguas, y luego habrán tenido que echar a correr no fuera a ser que les pillara la pleamar y les arruinara las zapatillas de deporte. Como en aquel bello musical, Brigadoon, donde cada cien años aparecía un pueblecito típico en las montañas de Escocia, ahora nos enteramos de que cada diez años o así las mareas se retiran, nos enseñan un ratito lo que ocultan bajo las faldas, y luego nos lo vuelven a cubrir todo, amenazando quizá con arrollarnos a su paso.

Nos conformamos con poco. Quien más quien menos ha visto muchas mareas vacías, y también muchas mareas llenas, se ha escoñado un pie contra una roca bañándose junto a la piedra barco o ha mariscado alguna coñeta después de que elimináramos a todos los cangrejos moros que antes eran tan típicos. La suerte es que estos días la hemos visto todos en comandita, y nos hemos dado la alegría del reencuentro. Nuestras playas son el gran activo de la ciudad, y salvando el verano, no las aprovechamos a tope. Imagino que ustedes, igual que yo, mientras sorteaban verdines y curioseaban entre las rocas, estarían tarareando el tango de los Anticuarios. Quizá aquello de los duros antiguos no fuera como nos lo cuenta la leyenda, sino más o menos como lo de este fin de semana.

Bonito y barato, sol y mar para despedir el invierno y comenzar la primavera. Quizá no haya sido para tanto. Y, desde luego, desde los responsables correspondientes tendrían que haber advertido no sólo de los peligros de resbalones y de que el espejismo iba a ser fugaz, sino de que la naturaleza, después de nuestra incursión, tiene que seguir allí. No es de recibo que en unas cuantas horas hayamos esquilmado la población de cangrejillos diminutos. Una cosa es el mariscador profesional y otro convertirnos nosotros, y nuestros hijos, en gigantes que destruyen por ignorancia el ecosistema de unos bichitos que tienen la mala suerte de quedarse sin techo de agua durante un rato.

No, no hemos visto el Cádiz fenicio. Hemos vislumbrado, a ratos, muchas de las porquerías que tiramos de continuo al mar, y la lástima es que no se haya aprovechado la collá para retirar hierros oxidados o neumáticos podridos. Lo mejor, el comentario que escuchamos a un chiquillo: «Vale, papá, todo esto de las piedras está muy bien. ¿Pero dónde están los barcos hundidos?».