Cante y baile. Además del espectáculo de baile, los espectadores de la Sala Comapañía disfrutaron de un recital de Méndez. :: JAVIER FERGO
Ciudadanos

La reinvención de la escuela de los Maya

Un espectáculo escueto en las formas, pero amplio en los contenidos, define el nuevo montaje de Belén Maya

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El flamenco desde hace décadas ha ido introduciendo elementos escenográficos de toda índole para dar creatividad a los espectáculos. En muchas ocasiones, éstos mal empleados tapan la poca elaboración de los mismos. Y bien utilizados engrandecen de por sí, las posibilidades artísticas de los que están encima del escenario. La pregunta viene cuando no se utiliza absolutamente ningún tipo de accesorio decorativo, que pueda desviar la atención de lo que el artista va a presentar. Aquí está lo interesante.

Belén Maya ha presentado en la ciudad de Jerez un montaje desnudo de 'avíos' escénicos. Un espectáculo de corte intimista que, con la sola intención de mostrar baile ha funcionado realmente bien.

Cantaor, tocaor y palmero. Jesús Méndez, Rafael Rodríguez y Felipe Mato, respectivamente. Los que pudimos disfrutar de esta noche en la Sala Compañía recibimos el regalo de un doble espectáculo: de un lado, el baile de Belén y de otro, un recital del cantaor jerezano.

Con ecos de zambra Méndez dio la salida para que Maya confeccionara un equilibrio entre el cante y el baile argumentado en el tango argentino. Bailó consigo misma, con su bata de cola que hizo las veces de pareja de baile. Los continuos contoneos sensuales no fueron sino una invocación al baile por el baile. Cante por alegrías y recital de Jesús, acompañado por 'El cabeza' siempre ecléctico en su toque, y tan personal que creará escuela con el tiempo.

Estilo propio

El silencio de las alegrías fue el fin del cante, cuando apareció Belén para revolucionar su propio estilo. Muy flamenca, no abusó de sus pies para potenciar un dominio corporal que prevaleció durante toda la función. No son muchos los que pueden presumir de no utilizar tanto los bajos para invocar al arte. Cada cambio de tercio, del baile al cante y al revés, fue un regalo. Por soleá, el cantaor recorrió desde Alcalá hasta Triana, con eco inconfundible.

Otra nueva inversión. Cuando el cante por tangos, hacía parada en los tientos y volvía a recuperar el 'tempo' anterior, en un juego musical de gran belleza. Y de aquí al cante de levante y cartageneras. Ya estaba en las tablas la bailaora que con una técnica depurada realizó guiños a su padre en sus braceos. La simetría predominó a lo largo del cante. Un discurso original y muy creativo. Es la bailaora de siempre, tirando de los mismo recursos con que nos tiene acostumbrados pero hay en ellos algo nuevo, un alarde de imaginación, un crecimiento personal que acrecienta su capacidad de innovar.

Sin buscar el aplauso fácil, (pocos hubo a lo largo de la noche) las secuencias entre cante y baile estuvieron hilvanadas de tal forma que apenas nos dábamos cuenta de los cambios de registros. Uno entraba y otra salía, cambio de tercio y cante por bulerías. Jesús jugó con el compás, se acordó de la Plazuela, mientras que las falsetas de Rafael Rodríguez iban a un ritmo frenético.

Después de este aparente fin de fiesta, el cantaor se enroló en el cante por romances de Bernardo El Carpio 'a capela', que fue la entradilla para la seguiriya.

La bata de cola fue la protagonista. Grande y blanca como la nieve llenaba casi la mitad de la caja escénica. Guiada por la anfitriona, un ejercicio de voluntad para buscar la querencia en cada lance que la bailaora realizaba. Todo esto mientras los tonos de la guitarra por soleá comenzaban. A priori un 'repeat' hasta que la melodía inequívoca de la caña apareció. Con su pareja de baila, la misma que en el comienzo del espectáculo, vivimos el redescubrimiento de la bailaora. Tiró de sus manos para concentrar la atención en ellas, si dejarnos ver nada más. Brillantes sus juegos de muñecas. Para terminar y repitiendo la amalgama con la soleá por bulerías, tanto el cante como el baile se aunaron. No estuvo el cante a disposición del baile. En un alarde de flamenquería, Belén Maya esperó el cante para bailarle, despojándose de añadurías para, simplemente escuchar letra y música y pasearse entre los tercios musicales. Con esta obra intimista hemos redescubierto una nueva Belén. Una madurez creativa que, como siga en esa linea, va dar mucho juego en el panorama de la danza, que conjuga lo clásico y lo contemporáneo sin salirse de las lindes del flamenco.