Contundente. El sevillano estuvo soberbio durante todo el espectáculo de anoche. :: ESTEBAN
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Y de título: el 'Barón' de la soleá de Alcalá

Un recorrido desde el pueblo del bailaor hasta Morón, marcado por los sones de Diego del Gastor encandiló al Teatro Villamarta

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De principio a fin. Un viaje por la carretera del flamenco. Un viaje por la soleá. Un recorrido introspectivo por el largo asedio que va de Alcalá hacía Morón, el Morón de Diego del Gastor. Y Alcalá, la Alcalá 'Baronil', la Alcalá de Javier. Son muchas las palabras que resumirían lo que vimos anoche en el coliseo de Villamarta, pero a veces no es necesario expresar con adjetivos variopintos lo que se vió. Soberbio. Si, es un adjetivo, pero resume el espectáculo de anoche. Con cierto rodaje (desde la pasada bienal de flamenco) 'Vaivenes' es una obra íntima a la par que muestra el expresionismo de una comarca flamenca con un peso específico en el cante y a partir de ahora en el baile. Y mira que Javier Barón lleva paseando el nombre de su pueblo por medio mundo. Pero lo de anoche superó las expectativas que traía esta obra. Un viaje por la soleá de Joaquín el de la Paula, parando en Marchena y visitando en una venta a la Roezna, parando a almorzar en casa de la Jilica mientras rezumaban los ecos de la Andonda. Desde el comienzo del espectáculo la trama nos mantiene con la tensión justa de ver pasar el tiempo en compás de amalgama, primero por bulerías, recreando las fiestas de las ventas de Alcalá, en la carretera que lleva a Morón y haciendo paradas en la soleá. Lo fácil sería ejercer de maestro de ceremonias. Pero Barón va un paso más allá. Se funde en el cuerpo de baile junto a David Pérez, que estuvo estupendo, al Choro con la fuerza propia de un tanque y Ana Morales inmensamente sensual. Lo de Carmelilla Montoya es otra historia. Es la historia natural del baile, la esencia hecha vida. Fluye la soleá en la figura de Javier, denso y estrepitosamente enérgico. Baile sin aditivos. Energía canalizada. La retrospectiva en imágenes de un niño que apuntaba el baile, a modo de proyección, partiendo del pueblo de los panaderos para hacerse baile. Algo que resulta reconfortante es ver como hasta en las transiciones entre piezas hay verdad. Desde los tangos de David en un paso a dos con Carmelilla hasta el violín de Alexis Lefrève en solitario parando en el arcén de la seguiriya bailada del Choro junto a José Valencia, inmejorable, como siempre, arañando el compás con el bastón en un paso a tres del cuerpo de 'Barones'.

Segunda soleá recordando a la Andonda en la voz de Pepe de Pura mientras el camino continúa por la campiña sevillana ya cerca de Morón; los sones moroneros de la guitarra de Diego del Gastor nos trasladan a otra época. Y escuela bolera replicando sus sitio en la danza flamenca en las siluetas de David y Ana.

Barón ha sabido conjugar el lenguaje musical de la soleá con la eficacia de un baile excelso, explosivo por momentos pero siempre cargado de un alegato en pro de la pureza. Que no es poco.

La guajira esquematizada por Ana Morales evoca al siglo XIX en un recuerdo cilíndrico al pasado. Pero su baile es del siglo XXI.

Tras el nuevo alegato de la soleá, un triángulo equilátero formado por Alexis, Raúl Rodríguez con tres cubano y Barón, nos regaló una farruca de las que estudiar a conciencia. Apología del baile sin más: el baile por el baile. Lo clásico hecho flamenco; lo jondo hecho clasicismo.

A golpe de tanguillos apareció David Palomar evocando la figura del Poeta de Alcalá y dando la murga con los panaderos. Punto y aparte en la saeta de Valencia y José Carrasco al tambor para volver a la fiesta. Otra venta en el camino donde improvisar una juerga flamenca, donde todos bailan, todos se divierten, donde todos divisamos el pasado y el presente de una escuela que Javier Barón ha sabido recuperar a base de regalar flamenco sin más intención que la de vender sus vivencias de la mejor manera que sabe. Se merece el título de 'Barón de la soleá'.