Editorial

Berlusconi, en el banquillo

El relevo del primer ministro italiano es ya una cuestión de salubridad pública

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El próximo 6 de abril, el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, deberá comparecer ante el Tribunal de Milán que le juzgará por el 'caso Ruby', en el que, según la Fiscalía, concurren un delito de prostitución de menores y otro de abuso de poder. Ruby es el apodo de una muchacha marroquí que, siendo menor de edad, visitó varias veces a Berlusconi, quien, asimismo, instó su puesta en libertad a la Jefatura de Policía de Milán con un pretexto verosímil tras la detención de la muchacha por un robo. Si se le considera culpable, podría recaer sobre él una pena de hasta quince años de prisión. El enjuiciamiento del primer ministro ha sido posible después de que el Tribunal Constitucional italiano desarmara parcialmente un entramado jurídico que la actual mayoría parlamentaria elaboró para proteger a Berlusconi. Es del todo previsible que los abogados del primer ministro recurran la decisión judicial con el argumento de que la Fiscalía de Milán no es competente para encausar al primer ministro, ya que la competencia correspondería al Tribunal de Ministros. Si prospera la tesis de la defensa, Berlusconi habría burlado por enésima vez la persecución judicial, pero en esta ocasión el procesamiento es especialmente lesivo para el magnate ya que no se trata de una persecución por presuntos delitos económicos sino por vulgares delitos comunes que suscitan comprensible rechazo social. La oposición de izquierdas, que pide la dimisión del líder conservador, esgrime y con razón el ridículo internacional en que esta clase de comportamiento de su máximo mandatario está sumiendo a Italia. No es fácil de entender que la heterodoxia de Berlusconi tanto en lo referente a la administración de su imperio como en su vida privada no haya tenido un algo coste para él en términos de popularidad. Los italianos, unos superviviente de sus propios desórdenes según Montanellí, tienen al parecer gran manga ancha a la hora de juzgar a sus gobernantes. Sin embargo, Europa, con un déficit cualitativo importante en la valoración de sus elites, no puede permitirse este espectáculo degradante. El relevo de Berlusconi es ya una cuestión de salubridad pública para que la política recupere una mínima dignidad en el club de las democracias europeas.