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Ranking cultural

GESTOR CULTURAL CONCEJAL DEL GRUPO MUNICIPAL SOCIALISTA DEL AYUNTAMIENTO DE CÁDIZ Actualizado: Guardar
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En los últimos días se ha causado en nuestra ciudad un cierto revuelo a raíz de cierto ranking elaborado por cierto observatorio, poco conocido hasta el momento, que ha otorgado una incierta posición a la vida cultural de Cádiz. En concreto el puesto veintisiete en programación y el lugar treinta en innovación sobre treintainueve ciudades evaluadas. Hay quien se ha tomado el asunto a la tremenda y ha reaccionado desde el orgullo herido del amor patrio y, de paso, echando algunos balones fuera. Son las reacciones propias de quien está acostumbrado a que su palabra se tome por sagrada e incontestable, por quien está en la dinámica de la apisonadora cultural, de laminar la crítica, como es el caso de nuestro concejal de cultura.

Pero mejor es ir por partes. En primer lugar habría que señalar que el observatorio emplea una metodología muy cuestionable, entrevistar a cien personas «relevantes en el mundo de la cultura». Carecemos de información sobre el cuestionario al que deben de responder y de los criterios de selección de dichas personas, su procedencia geográfica y residencia, el sector al que pertenecen y otros datos que avalaran el rigor del estudio. Además, entramos en el pantanoso terreno de la comparación, un hecho que en cultura resulta muy peligroso. ¿Qué pirámides son las más valiosas? ¿Las egipcias, las mayas, las aztecas? Por poner un ejemplo casi caricaturesco pero evidente. Comparar ciudades con dimensiones diversas, situaciones diferentes, tradiciones plurales, circunstancias socioeconómicas y demográficas tan dispersas unas de otras no creo que sea un buen ejercicio. Y en esto hemos de disentir de este observatorio cultural madrileño.

Medir la cultura es una tentación en la que se puede caer con facilidad. Quienes lo intentan suelen caer en una trampa no por antigua menos eficaz en atraparlos. Se lanzan a quemarropa a evaluar contenidos o a contar asistentes. Y ahí se quedan, en hablar de mala o buena programación, sin decir mucho más de qué son esas cosas, y en proclamar los supuestos miles de visitantes a exposiciones o espectadores de sus teatros. Y no es eso, ni de lejos. Medir la cultura es, en esencia, medir sus contornos. O dicho de otra manera, cuanta infraestructura cultural se tiene, de qué calidad, cómo se usa a cuántos ciudadanos llega no sólo como meros espectadores sino también como agentes activos. Medir la cultura es ver el grado de desarrollo cultural de un territorio, una ciudad, y es posible, y deseable. Medir la cultura es conocer la trama creativa que tenemos, los artistas, cómo están organizados, de que viven (si sobreviven, claro), cuáles son sus redes de relaciones. Medir la cultura es ver cuánto conocimiento está generando para la sociedad en la que anida, cuanto contribuye a la creatividad de todo tipo de una ciudad, a su desarrollo global. Y así varios elementos más, todos importantes.

Pero nuestro concejal, en contraste con la prudencia y respeto de la Delegada de Cultura de la Junta, sacó pecho al estilo Far Wets. Primero, en un ejercicio de retórica hueca, auto alabándose y diciéndonos que se hace de todo y todo bien. Que esto es imposible lo sabemos todos, todos menos él. Después, para rematar la faena exculpatoria de sí mismo y su gestión, apunta y dispara contra las otras administraciones. Olvida en este caso dos cosas. La primera es que las otras instituciones tienen ámbito provincial y deben atender a más territorio, más personas, más creadores, más patrimonio y que, además, llevan años también echando dinero en proyectos de esta ciudad. Pero lo más importante que se le va de la mente es que él, sólo él y sobre todo él mismo, es el responsable último de la acción cultural municipal, que a la política se viene llorado, que está feo señalar con el dedo más cuando sobra pecho para querer colgarse medalla y parece que escasea el tiempo para los actos de humilde contrición. Lo dicho, si uno es el que figura en primera línea debe tener argumentos, cifras, datos, proyectos realizados y no simplemente anunciados, indicadores claros de qué hace en cultura, para qué lo hace y en cuánto tiempo piensa hacer las cosas.

Medir cultura es algo serio, posible porque muchos lo hacen ya y, además, ayuda frente a quienes nos pretenden colocar en posiciones de ranking que no merecemos. No quisiera acabar con un consejo a mi concejal favorito, un consejo sincero y amable. Un consejo que son dos lecturas ejemplares y que seguro le ayudarán a que comience a construir políticas culturales serias. La primera, Ciudades Creativas de Richard Florida, le ayudará a comprender el papel de la cultura en el desarrollo de las ciudades. La segunda, más importante, la Guía de evaluación de Políticas Culturales Locales que la FEMP le envió en su día. Si no la ha perdido, debe andar por su despacho, verá cómo se mide la cultura de una ciudad. Con seriedad, con rigor y sin tener que señalar con el dedo. Que está feo.