Monumental barroca entre las calles Sagasta y Benjumeda. :: L. V.
EXTERIORES ROBADOS

ESQUINA

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Las esquinas monumentalizadas no son extrañas al urbanismo gaditano; tenemos ejemplos en las calles Feduchi y San Miguel. Suelen responder a la estética barroca, a cuyas hipérboles cree el paseante estar habituado; pero la que se alza entre Sagasta y Benjumeda supera cualquier expectativa. Recorre el paseante de abajo arriba su aparato: el pedestal, que sorprende por la alternancia de simetrías y asimetrías en su adorno; el fuste salomónico, desproporcionadamente achaparrado, pero siempre sorprendente, se diría que fabricado a base de vetadas rotundidades femeninas; el capitel corintio y el arquitrabe, que se pierde en desvaríos curvilíneos; la maciza cornisa; el fantasioso fuste en haz; los correspondientes capitel, arquitrabe y cornisa, torbellinos de líneas ajenos a toda normativa; el estípite posterior, de inescrutable lógica; el remate de la inverosímil voluta, que nos sume en la duda de si osa en verdad desafiar, como parece, la esperable simetría; y finalmente la cornisa, que se alza solemnemente como dando acogida y bendición a tan disforme hijo.

Refleja el monumento el abandono a la fe irracional de la mentalidad barroca; marea el juego de formas diferentes cual danza de derviches que conduce a la fusión con la divinidad. El paseante se funde en gratitud hacia cada una de las generaciones a cuyo esfuerzo debe este casco histórico de Cádiz, capaz de albergar joya tan deslumbrante en tan humilde esquina.