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Donde habita el olvido

Puertas, ventanas y cables han sido arrancados, las paredes están pintadas de grafitis y los suelos llenos de excrementos y suciedad Los pisos de Aifos llevan años abandonados y han sido desvalijados

San Fernando Actualizado: Guardar
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Una imagen vale más que mil palabras. Y es que no hay forma de explicar el estado de abandono en el que se encuentra el bloque uno de la promoción Cala del Sol de Aifos, constructora inmersa en el proceso judicial del 'caso Malaya'. Tras varios años de olvido, LA VOZ, junto al presidente de la asociación de afectados y propietario de uno de los pisos, Ángel Román, se coló en su interior y el impacto de esa visión es imposible de describir. Mucho menos para Ángel, que no hacía más que repetir «se han llevado todo lo que había y más», mientras paseaba por los pasillos de los diferentes pisos.

Un desolado paisaje de escombros, cables destrozados en busca del cobre, puertas y cristales por el suelo. Lo que iba a ser un privilegiado balcón con vistas al parque natural, se ha convertido en lienzo para los 'grafiteros'. Las persianas han sido arrancadas, así como algunos de los balcones para sacar el hierro. Tampoco han quedado los grifos, los sanitarios o los enchufes, todo ha sido arrasado. Unas viviendas que tenían que haber sido entregadas en 2007 y que por el momento solo habita el olvido.

El ánimo de Ángel está por los suelos, al igual que los papeles de la edificación. Certificaciones de obra, planos, contratos y licencias de Urbanismo. Papeles tirados como si no significaran nada junto a excrementos, material de obra y ropa olvidada. Y de pronto, al igual que una de las ráfagas de viento que corren por su interior, Ángel dice: «Esto no se puede quedar así, hay que luchar y conseguir que se terminen de una vez por todas».

Ya había estado antes visitando el edificio, pero hacía tiempo que no se pasaba por el lugar y lo que vio hizo que su corazón se encogiera. «Imagínate que has dado hasta 60.000 euros en algunos casos y te encuentras esta situación. Para esto no hay derecho. Sabía que estaban mal pero no tanto. Había un guarda que por lo visto no ha hecho nada y estaba vallado. Pero lo cierto es que se puede entrar sin ningún problema por varios sitios y no hay ningún control».

Lo que debía ser un cuarto de baño se ha convertido en una especie de vertedero, mientras que en otras habitaciones se pueden apreciar manchas de humedad. Sin ventanas ni vigilancia, el edificio está a la intemperie. Uno de los patios interiores está anegado por el agua. «Esto es como una broma de mal gusto. Sobre todo porque vamos a tener que pagar más cuando el mercado va a la baja. Encima por esto».

En una de las azoteas se puede apreciar la impresionante vista que rodea al edificio y al fondo el puerto de Gallineras, anunciado entonces como un gran puerto deportivo con suficientes amarres para los que buscaran el mar como alternativa a su jubilación. Pero, al bajar, vuelta a la dura realidad de unos pasillos de ladrillos con sacos de arena y losas de mármol que se deben esquivar.

«Parece que ya estamos curados de todo. Tengo ganas de llorar pero no puedo. No sé, veo esta situación y ni me altero. Quizás es que no me creo que esto esté así o que ya ni me importa porque no sé ni cuándo tendré la casa que pagué». Pasa de largo un hombre con un carro lleno de hierros al ver que hay personas en el interior del edificio.