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El dilema

Si el Gobierno pudiera sancionar a todos los defraudadores a Hacienda, ¿lo haría?

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Voy a formular una pregunta muy fácil. Que cada cual se la haga a sí mismo y se la conteste, si quiere, con honestidad. Es la siguiente: Si usted pudiera falsear los datos de su declaración y defraudar a la Hacienda pública, ¿lo haría? ¿No? Una cosa sí les voy a pedir: que, por favor, no aireen la respuesta. La publicidad lo falsea todo, ya saben. Considérenlo como un test íntimo y nada más. En fin, pues ésa era toda la cuestión. Y viene a cuento de que hace un par de días leí que el fraude fiscal en España, como todos nos temíamos, es enorme. De una magnitud desconocida, pero cifrada en miles de millones. Hasta el punto de que la Organización Profesional de Inspectores de Hacienda del Estado lo ha calificado de escandaloso y ha declarado que este hecho, y no sólo la crisis, nos está llevando a una caída de los ingresos públicos y, por tanto, del bienestar colectivo sin precedentes. A propósito de eso, me he acordado de una extraordinaria novela corta del escritor portugués Eça de Queiroz titulada 'El mandarín'. Verán, en esa novela de apenas cien páginas se plantea un sencillo y definitivo dilema moral. Es más o menos así: en una recóndita comarca de la lejana China existe un mandarín poseedor de una inmensa riqueza. Tú desconoces su nombre. Desconoces cómo es. No sabes nada de él. Pero bastaría con que hicieras un gesto mínimo, como chasquear los dedos, por ejemplo, o tocar esa campanilla que tienes sobre una de las estanterías de tu casa, para que al instante él muriera y tú heredaras toda su fortuna. Sin sufrimiento. El mandarín caería al instante. Y nadie nunca podría establecer la más mínima relación entre esa muerte callada en los confines de Asia y tu repentina riqueza. La cuestión que plantea el autor es: ¿Qué harías tú, tocarías la campanilla? Pese a su simplicidad, la pregunta sorprende. Lo que pretende, claro, es enfrentarnos a nosotros mismos. Que nos hagamos cargo de cuál es nuestra verdadera naturaleza. Porque, probablemente, nadie podría evitar la tentación de tocar la maldita campanilla. Pero no nos desanimemos. La naturaleza humana no es del todo abyecta. Por otro lado, también somos capaces de ser solidarios, funcionamos en sociedad y sabemos crear leyes para luchar contra cualquier tipo de impunidad y de abuso. A lo que iba: probablemente todos defraudaríamos a Hacienda si pudiéramos. Admitámoslo. Lo bueno (no lo malo) es que no podemos. Es decir, sí podemos, pero nos pillan. Y nos sancionan. Cuando los inspectores denuncian la existencia de una cierta «amnistía fiscal» para los defraudadores adinerados, al resto de los mortales se nos rompe algo por dentro. El dilema que habría que plantearle al Gobierno es: si usted pudiera sancionar a los defraudadores, ¿lo haría? ¿A todos? ¿A unos sí y a otros no? Razone su respuesta.