Sociedad

ARQUEÓLOGOS DE 9 AÑOS

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El paraje, dice Rita Benítez, era una erial. En 1994 el Consejo Regulador determinó que había excedente de producción en el Marco. Su padre arrancó las viñas y el terreno quedó despoblado y estéril. La arqueóloga, puesta a estudiar posibilidades, decidió convertirlo en un trozo de pasado.

El laboratorio Era está cerca de Puerto Real. Para dar el salto a la Prehistoria hay que superar un carril comido por los socavones y cruzar a pie una pasarela de madera. Rita lleva siglos pidiendo que mejoren los accesos. «Acaban de arreglar la carretera que va hasta donde entrena el Cádiz, pero la nuestra no». A pesar de los obstáculos, el lugar lo visitan 15.000 personas al año.

Como la chavalería bulliciosa del Loreto Convent, de Gibraltar, que anda esta mañana rescatando huesos, curtiendo pieles, cazando, con arcos hechos de madera de pino y fibras vegetales, peligrosos animales imaginarios. La magia del asunto radica en que casi todo es real. Los talleres escolares del laboratorio están adaptados a la edad de los usuarios, pero siguen, rigurosamente, un protocolo científico. Los pigmentos con los que se realiza el taller de pinturas rupestres se consiguen de la misma forma que hace un puñado de milenios: con polvos minerales. Nada de acuarelas, ni ceras diluidas. Las fichas en las que se anotan los hallazgos son iguales que las que se emplean en Atapuerca. Los zurrones están hechos con pieles de conejo.

Todo el mundo se llena la boca hablando de la necesidad de ampliar el espectro de proyectos económicamente rentables, capaces de diversificar los modos de producción convencionales. Hay que apostar por la cultura, no sólo como valor intelectual, sino también como fuente de empleo y motor de desarrollo, dicen. Rita se conoce, al dedillo, la teoría. Su caso, además, está avalado por más de diez años de experiencia práctica. «Lo que necesitamos es que los políticos, en general, se crean sus palabras».

El Laboratorio de Arqueología Experimental Era comenzó en 1997 con cinco técnicos y tres visitas por semana. Hoy da empleo a 120 personas. Hay industrias, en la Bahía, con mucho menos personal. Trabajan para tres consejerías, imparten más de 30 talleres, idean contenidos museológicos, reproducen piezas antiguas. Es la empresa privada de gestión cultural más importante de Cádiz, y una de las más sólidas de Andalucía. Sin embargo, quizá porque las instalaciones no están coronadas por grandes chimeneas humeantes o porque lo que producen es, básicamente, conocimiento, muy pocos gaditanos saben que ese filón, aún con muchas vetas por explotar, está en la misma cuadrícula del mapa que ocupaba la factoría de Delphi.

Marca de calidad

«Si supiera cuál es el secreto, probablemente no lo diría”, bromea la directora del proyecto, “pero creo que algunas de las claves pasan por aplicar las normas básicas de las empresas emprendedoras: medir bien los pasos, asociar tu marca a un servicio de calidad y lograr que los que vienen aquí se vayan con la intención de volver».

Francisco Ruiz, de El Peñón, es un modelo de cliente. Al llegar a Era le han proyectado un vídeo explicativo en el interior de esas cabañas rurales que poblaban la zona a finales del siglo pasado. Ha salido de allí con algunas nociones muy básicas sobre el tema, las suficientes como saber que los arqueólogos no son aventureros que corren, látigo en mano, delante de alguna tribu a la que acaban de robar su ídolo de barro. «Son científicos», dice, repasando la lección, como esperando la nota.

Paco Giles, ya sobre el terreno, les explica el proceso de marcación del terreno que precede al inicio de cualquier excavación. En la tierra, hay huesos y restos de piezas (todas reales) enterradas en diferentes estratos. Los chavales, con Francisco a la cabeza, se afanan en rescatarlos siguiendo las indicaciones de Giles, utilizando las herramientas apropiadas y anotando luego la posición del hallazgo, sus cualidades fundamentales, su forma, medida y peso. Después, las dibujan sobre plantillas estándar. Les gusta, claro, aunque al cabo de un rato la tarea se vuelve rutinaria y ya miran, de soslayo, la pared en la que se disponen los émbolos para hacer fuego, los arcos y las lanzas.

Antes pasan por el taller de curtido. Hay pieles reales, de conejo, extendidas sobre un soporte, tratadas exactamente igual que en la Prehistoria. Los alumnos asisten a una versión resumida del proceso, y luego convierten las pieles en zurrones. Es obvio que una de las cosas que más les gusta del asunto es sentirse como supervivientes que sólo cuentan con los elementos de la naturaleza para comer, vestirse y resistir los embates del clima. «Quién sabe cuándo te puede hacer falta un zurrón», apunta Francisco, sin asomo de ironía, orgulloso de su logro.

El remate de la jornada (los profesores han elegido tres talleres, de la treintena larga que compone el menú) es un regalo para cualquier crío. Mayte Ramos y otros monitores les explican cómo hacer fuego con un émbolo de madera, hasta que algunos chavales, tras sudar la gota gorda, logran que la superficie se caliente y humee. Lo celebran con una salva de gritos y aplausos. «Después, habría que coger el ascua, lanzarla sobre un nido de fibras, eneas o pasto seco, y soplar con cuidado». Esa parte se la tienen que imaginar, para evitar riesgos. De todas formas, más que cocinar a los animales, la mayoría lo que quiere saber es cómo cazarlos.

Sobre la mesa, azagayas, boleadoras, zumbadoras, flechas y lanzas. Los arcos están adaptados al tamaño de los usuarios, y no tienen mucho recorrido. Pero a ellos les da igual. Emplean los propulsores y las hondas con pericia, se pican, compiten, y acaban jugando al Clan del Oso Cavernario, en versión infantil.

Rita explica que la base de la arqueología experimental radica en que parte de una investigación previa. «Nada de lo que les enseñamos aquí es aleatorio. Todo responde a unas determinadas directrices históricas y pedagógicas. Otras empresas que han optado por copiar la esencia de Era, pero recortando de aquí y allá, prescindiendo de los elementos naturales o falseando los talleres con juguetes, en vez de con pinturas, pieles o armas reales, aunque adaptadas para que puedan usarlas sin ningún tipo de problemas, se han quedado en el camino. Al final, los alumnos saben cuándo están haciendo algo inspirado en la realidad y cuándo no». Se ha cuidado hasta el último detalle: «La vegetación que tenemos aquí es la misma que, según los estudios de flora, había en estos parajes cuando se organizaron las primeras comunidades de cazadores y recolectores». El escenario tiene que ser capaz de llevarlos a otro tiempo.

De regreso al autobús, entre los jóvenes clientes de los talleres del Era, hay algunos que quieren ser arqueólogos. Comentan la jugada, presumen de la facilidad de unos y de otros para usar la paleta, el pincel, lustrar las pieles y usar el arco. Casi todos se van a casa dándole vueltas al mismo deseo inalcanzable: pasar una temporadita en la Prehistoria. Pero esta vez de verdad.