MUNDO

La mecha del apocalipsis

El paralelo 38, la línea imaginaria que divide a los dos países, es la última frontera de una Guerra Fría larvada Las dos Coreas, una respaldada por China y la otra por EE UU, ponen a prueba el grado de rivalidad de las dos superpotencias

SHANGHAI. Actualizado: Guardar
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China le ha declarado la guerra a Estados Unidos. La séptima flota norteamericana, estacionada en Japón, ha intercambiado fuego de artillería con fragatas chinas en el mar Amarillo. Por tierra, el Ejército Popular de Liberación ha comenzado a dar cobertura a sus aliados norcoreanos en la invasión de Corea del Sur, y el número de bajas entre los militares estadounidenses es considerable. La aviación china está en alerta y varias decenas de Mig rusos esperan ya en territorio gobernado por el dictador Kim Jong-Il para comenzar el bombardeo de Seúl. Por su parte, Washington ya ha comenzado a desplazar a la zona un número indeterminado de cazas y bombarderos a bordo de sus portaaviones, y los misiles de crucero han sido activados y apuntan hacia Pyongyang y Pekín. China no ha tardado en amenazar con lo que más se teme en el mundo: el uso del arsenal nuclear.

Sin duda resulta apocalíptico este hipotético escenario, al que los guías de la excursión a la zona desmilitarizada de Corea dan todo el dramatismo que les permite su básico inglés, emulando al Orson Welles de 'La guerra de los mundos'. Pero no es difícil imaginarse una situación así cuando uno se acerca al fortín construido a lo largo del paralelo 38. Esta línea imaginaria cobra vida a su paso por la península de Corea para convertirse en la última frontera de la Guerra Fría. Son los 250 kilómetros más militarizados del planeta, y una franja de cuatro kilómetros de ancho que reprime una guerra que aún no ha terminado.

No cuesta creer que un incidente como el del hundimiento de la corbeta 'Cheonan', torpedeada el pasado 26 de marzo por un submarino norcoreano, pueda provocar un enfrentamiento entre las dos grandes superpotencias del mundo. Porque, al fin y al cabo, China es el principal aliado de Corea del Norte, y EE UU lo es de su hermana capitalista. Sólo otro país podría provocar un enfrentamiento similar: Taiwán. Pero no se puede olvidar que la península coreana ya ha sido el escenario de una guerra entre los abanderados de dos sistemas políticos y económicos contrapuestos. Claro que entonces el Gran Dragón todavía estaba dormido.

La historia de la península de Corea es una sucesión de violentas ocupaciones. Los japoneses llegaron por primera vez en 1592. Los expulsaron los manchúes en el siglo XVII, quienes también impusieron su ley. Pero el imperio del Sol Naciente no tardó en regresar. Tras la guerra chino-japonesa, y la posterior invasión de Corea por parte de los nipones, también Rusia trató de controlar el país, pero sin éxito.

El fin de la Segunda Guerra Mundial encendió en los coreanos la esperanza de la libertad, un sentimiento que las grandes superpotencias no tardaron en dilapidar. EE UU, Reino Unido y la URSS acordaron dividir el país por el paralelo 38. Una partición que ha dado como resultado dos caras de una misma moneda: la prosperidad y la democracia quedan en el sur capitalista, defendido con la ayuda de 28.500 efectivos americanos, mientras que la cruz de la dictadura y la miseria económica se convierten en característica del norte. Lo que iba a ser una decisión temporal se ha convertido en una partición definitiva que llevó a la península a la guerra sólo un lustro después.

El 25 de junio de 1950, tropas norcoreanas dieron comienzo a la invasión del sur haciendo uso del ingente armamento proporcionado por los soviéticos. Washington no tardó en enviar más tropas a la zona para detener a los norcoreanos y Naciones Unidas publicó una resolución que legalizaba una respuesta americana que no parecía suficiente para contener el avance de los comunistas.

Llegada de MacArthur

Cuando los aliados ya estaban arrinconados en el extremo sur de la península llegó el general MacArthur, cuya estrategia invirtió las tornas. Fueron entonces los norcoreanos quienes pidieron auxilio a sus vecinos chinos, quienes consiguieron avanzar de nuevo a Seúl, una ciudad que cambió de manos en cuatro ocasiones durante la guerra de Corea, que acabó en falso en 1953 con un armisticio y no con un tratado de paz. Técnicamente, las dos Coreas siguen en guerra.

Esa tensión, que se ha disparado esta semana tras el hundimiento del 'Cheonan', se palpa sobre todo en Panmunjeom, el complejo diplomático en el que se celebran las conversaciones de paz, y en el que el paralelo 38 se ve reducido a una línea pintada en el suelo. Es uno de los puntos turísticos más calientes del país, ya que la fotografía de los soldados de ambos bandos, escudriñándose a través de los prismáticos, e incluso mirándose frente a frente sin poder articular palabra, es una de las más cotizadas.

Por otra parte, la cumbre trilateral de dos días entre Corea del Sur, Japón y China comenzó ayer marcada por la creciente tensión en la península coreana y la intención de que Pekín adopte una postura crítica hacia su aliado norcoreano. El presidente surcoreano, Lee Myung-bak, y el primer ministro nipón, Yukio Hatoyama, mostraron su unidad ante la propuesta surcoreana de llevar el hundimiento del buque 'Cheonan' al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Por su parte, China siguió evitando hablar sobre la autoría del hundimiento de la corbeta. El ataque ha elevado la tensión en la península dividida y ha llevado a Seúl a suspender sus relaciones comerciales con el Norte y prometer que llevará el caso al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en el que el papel de China será vital, ya que dispone de poder de veto.