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La usura

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Negociaba hace poco con mi banquero habitual quien para justificar sus no muy ventajosas propuestas me advertía acerca de los poderes de la Banca. El pulcro empleado tenía razón; si hasta consiguieron que la Iglesia cambiara el padrenuestro que hace poco rezábamos: «y perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores», inadmisible tolerancia con la morosidad de manera que ahora sólo se perdonan las ofensas y con la pasta no se juega. Hace algún tiempo para los católicos el negocio del préstamo era pecado de usura lo cual dejó el mercado financiero en manos de judíos y calvinistas. Aún los ingleses achacan a este precepto el atraso económico que han padecido las comunidades católicas, muy especialmente sus rivales irlandeses.

En 1975 el corresponsal de Times en Moscú encontró a Kim Philby, reconocido intelectual inglés que había desaparecido al comienzo de la guerra fría y por entonces vivía en un confortable apartamento como general retirado de la KGB. En el curso de una larga entrevista declaró escuetamente: «aquí la gente es más feliz porque no existe el crédito». Así entendí que lo esencial de nuestro régimen económico es su sistema financiero, pero tras el fracaso de los distintos modelos nacidos de las ideas sociales de la Ilustración en el siglo XVIII, parece que ya no es posible otro modelo de convivencia distinto de la democracia de libre mercado, «el menos malo de los sistemas» según Churchill, en el cual los bancos determinan el desenvolvimiento económico de la sociedad de manera que pese a ser responsables de esta profunda crisis, tan grande es su poder que conseguirán salir de ella casi intactos tal cual explicaba en estas páginas Josép Ramoneda, y los platos rotos los vamos a pagar los demás incluyendo ese pulcro bancario que con tanta devoción se jacta del poder de su empresa. Hace ya tiempo que perdí toda fe acerca de nuestra capacidad para cambiar el mundo en la cual creímos algunos ingenuos muchachos de la quinta del 68, así que nos restan dos opciones: aceptar mansamente las condiciones que la Banca tenga a bien imponer o según preferencias, ingresar en un monasterio o en una comunidad naturista. Al menos de momento pues la edad nos ha enseñado no sólo a descreer de utopías sino también que la cosas evolucionan contra los pronósticos de los especialistas.¿Quién aventuró antes de los setenta la caída del poderoso imperialismo soviético? Quizás algún día contra todo pronóstico la usura se diluya en un mundo más a la medida del hombre.