ESPAÑA

¿EN QUÉ QUEDAMOS?

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El Gobierno Zapatero no pasará a la historia por la coherencia de su discurso. No sé qué hacen en los Consejos de Ministros, pero, desde luego, consensuar posturas, seguro que no. Recuerden los vaivenes mostrados con la edad de jubilación; los cambios de opinión en la actualización de los sueldos de los funcionarios y, en especial, lo dicho, lo hecho y lo rehecho con el gasto social de las pensiones. Ahora, le toca el turno a los impuestos. Primero se dijo que los subirían, después la vicepresidenta Salgado confirmó en varias ocasiones, la última vez el martes, que no subirían. Pero ayer, mientras que el ministro de Trabajo Corbacho repetía lo dicho por Salgado, el presidente Zapatero anunciaba solemnemente una subida impositiva. Claro que, para mantener el suspense, no daba ninguna indicación sobre la figura elegida, ni sobre sus proporciones, aunque no se olvidó del toque demagógico y centró el apriete en las clases más pudientes.

Dudo que sea cierto. No la subida, sino sus destinatarios. Por definición, los ricos son pocos, pues si fuesen muchos serían clase media. Y, además, se pueden permitir la utilización de figuras sofisticadas que requieren cierta masa crítica. Así que, relájense, las subidas afectarán a las clases medias, si lo que se pretende es que sean eficaces. Con los impuestos hay que tener siempre mucho cuidado. A largo plazo, lo ideal es que aumente la base, la actividad gravada, y para ello no son buenas las subidas porque reducen la renta disponible en personas físicas y empresas. Pero en el corto plazo es evidente que necesitamos ingresos para cuadrar las cuentas y, una vez que el Gobierno no se atreve a refundar la administración y eliminar la pléyade de duplicidades y las ingentes carencias de eficacia, sólo queda apelar a los impuestos. Además, así se equilibrarían los esfuerzos que son necesarios para salir de la crisis.

Pero las subidas, para ser útiles, tienen que proporcionar mayores ingresos, cosa que no es tan evidente como algunos suponen. Reponer el impuesto sobre el patrimonio sería una originalidad excesiva que dañaría poco a los verdaderamente ricos. El Impuesto sobre Sucesiones es muy ideológico y produce distorsiones, además de que requeriría el consenso de las autonomías. Quedan el IVA, que ya ha sufrido la ira gubernamental, y el IRPF. Sus marginales son los principales candidatos. Afectan a bastante gente, tienen una gran capacidad recaudatoria, se han reducido en los últimos años y distorsionan menos a la actividad.