Opinion

Apertura a Latinoamérica

Urge un avance en el desarme arancelario que pueda rendir frutos a largo plazo

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La VI Cumbre Unión Europea-América Latina-Caribe, en la que participan sesenta países, constituye una oportunidad idónea para reforzar acuerdos de cooperación transatlánticos que interesan objetivamente a dos ámbitos económicos con un alto grado de complementariedad. Las contradicciones internas que impiden una mayor cohesión en Latinoamérica y que han propiciado algunas ausencias en la Cumbre deberían ser solventadas en el futuro con un gran proyecto de «Unión Latinoamericana», como sugirió Rodríguez Zapatero en su calidad de presidente semestral de la UE. Pero la actual preponderancia de proyectos de matriz bolivariana invitan al pesimismo sobre una integración regional a medio plazo. El veto al presidente de Honduras, Porfirio Lobo, es una muestra del doble rasero con que los proyectos de socialismo caribeño enfocan cuestiones como la cubana y la hondureña. Sin embargo, en medio de una crisis tan global como la que azota a todo el planeta el esfuerzo común puede ser uno de los motores más eficaces del crecimiento y la recuperación. La imposibilidad de alcanzar acuerdos regionales UE-ALC podría repararse parcialmente mediante una política de pactos bilaterales como los que se preparan con Mercosur de un lado, con Colombia y Perú de otro o con los países de América Central. La efectiva consecución de estos acuerdos cuando mañana se clausure la Cumbre será el termómetro más fiable para evaluar el éxito de unas citas con propensión a limitarse a declaraciones sobre el cambio climático o el desarrollo sostenible. España, que ha realizado la preparación de la IV Cumbre en su calidad de presidencia semestral de la UE y dirige un tercio de sus inversiones extranjeras a Latinoamérica, debería materializar su preponderante rol de puente transatlántico en un gran refuerzo de proyectos de desarrollo de interés común. Las relaciones con ALC son una excelente oportunidad industrial y comercial que probablemente exigirán un fuerte desarme arancelario pero que a largo plazo rendirá sus frutos si políticamente se consigue mantener la pauta diplomático-comercial de primar a los países más afines sin excluir a los más recalcitrantes como Venezuela.