Opinion

Sindicatos a prueba

UGT y CC OO temen sobre todo que los recortes se trasladen al sector privado

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El desencuentro escenificado por las centrales sindicales CC OO y UGT respecto al presidente Rodríguez Zapatero, a causa de las medidas de ajuste anunciadas ante el Congreso de los Diputados, acabó ayer con la alianza que éste había preservado para afrontar la crisis en un clima de paz social. La drástica actuación del Gobierno realza su carácter tardío, puesto que ha venido a recortar un gasto social que él mismo propició mediante la concesión de incrementos salariales en el sector público, la promulgación de una ley de dependencia sin el suficiente soporte económico, la introducción del cheque-bebé y el paulatino aumento de las pensiones. Es la pretensión de Rodríguez Zapatero de justificar su última decisión por los imponderables del mercado, evitando una mínima autocrítica respecto a su impasibilidad anterior, lo que genera mayor indignación política y social. Pero al referirse a «un camino que no sabemos cuándo ni cómo acaba» los sindicatos temen, sobre todo, que los recortes se trasladen al sector privado. Si la rebaja salarial para los empleados públicos y la reducción en las pensiones pueden afectar tanto al diálogo social como a los criterios fijados en el Pacto de Toledo, es la inseguridad en la negociación colectiva lo que lleva a las centrales sindicales a mostrarse inquietas en el diálogo a tres bandas para la reforma del mercado de trabajo. La sintonía entre el presidente Rodríguez Zapatero, Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo se ha mantenido durante los dos últimos años en un clima de complicidad relativamente alejado de las circunstancias económicas que vivía España. La parsimoniosa y dubitativa actitud con la que el Gobierno ha afrontado la necesidad de una reforma laboral, tratando de situarse como mero notario de un acuerdo entre las organizaciones empresariales y los sindicatos que se hace imposible si el Ejecutivo no se atreve a dejar atrás su rigidez, es una buena muestra de ello. Resulta comprensible que los sindicatos se sientan desconcertados ante el viraje forzado del Gobierno. Pero su sentido de la responsabilidad no se mide por la sintonía que muestren respecto al presidente, sino por su capacidad para enfrentarse a una situación inédita renunciando a medidas que, como la huelga general, en nada favorecerían a la economía española y a su crédito exterior.