Sociedad

TAN CONTENTOS

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Vamos a comprobar lo que dura la alegría en la casa de un pobre. Quizá sea un huésped fugitivo, pero siempre es bien recibido. La euforia es una loca de atar y además no necesita comprobaciones, sino síntomas. Mi inolvidable Luis Rosales, que empezó a estar con nosotros hace cien años, dejó escrito que «no tiene historia la alegría». Los momentos dolorosos se reconstruyen con desdichada frecuencia, pero rememorar las épocas o los instantes donde lo pasamos bien no es fácil. Por eso a la alegría hay que cogerla por los pelos, como a la ocasión.

En ese trance estamos todos ahora, no sólo el señor Bono . El euro ha sido rescatado cuando estaba con el agua al cuello. El BCE compra deuda pública de los países con problemas, que son todos menos los tres o cuatro que no los tienen, y la comedida ministra de Economía, Elena Salgado, evita que la UE imponga a España un ajuste más feroz.

Tenemos motivos para estar contentos, entre otras cosas porque para estarlo no hacen falta motivos. Se es alegre como se es rubio o moreno y se sigue siendo aunque se pasen moradas. Todo consiste en negarse a verlo todo negro. Se han calmado los mercados y la Bolsa ha vuelto a cobrar vida. Las acciones de los grandes bancos han subido el 20% y sus accionistas no necesitarán que los pobres acudan en su socorro.

Ayer fue un gran día y hay que alegrarse ya que sabemos que vivir son cuatro días y más de uno lloviendo. Incluso podemos coger impulso para ayudar a Grecia, que está recogiendo las hierbas que otros pobres dejaron, ya que eran más míseros que ellos, pero algo menos sabios. Uno de ellos, Sófocles, que no consta entre los siete, ya que debieron de ser muchos más, dijo que la «mayor alegría es la que no se espera». No creo que estuviera muy seguro de lo que decía.