CON ALBERO Y SIN ARENAS

Me dice Ignacio Casas, viejo compañero de clase, talento y distensiones, que no ponga nombres en mis crónicas, que para negritas las suyas. Vamos, que no intente quitarle el puesto de cronista chic, pionero del fresco social en la provincia. Yo a Ignacio lo quiero mucho, porque es de natural cariñoso y humilde, y nunca presume de sus múltiples conexiones con las altas esferas. Ni siquiera aquella vez en que cogió por el antebrazo a la mismísima Monica Belucci hizo alarde del asunto, por más que cualquiera de nosotros, simples mortales, nos hubiéramos estampado camisetas con la foto.

Vale, Ignacio, no daré nombres, pero permíteme que te proponga un juego en el que puedan participar, además, nuestras mutuas legiones de lectores. A estas alturas sabrás que Arenas no vino ayer a la comida del PP, por requerirle su cargo que apagara algún que otro fuego en tierras de Málaga. Pero sí pisaron el albero otros políticos de raza. A ver si eres capaz de decirme quién es quién en esta sucesión de adivinanzas.

Hay un concejal de izquierdas, llano y proletario, que tiene fama de pasar más tiempo en el Real que la entrada de Ifeca. Es normal verlo, cervecita en mano, rodeado por los suyos, explicando cómo las contradicciones mismas del capitalismo acabarán por tumbar el sistema. Sólo abandona su caseta para acercarse a Comisiones. Mientras cae o no cae el libremercado, caen los vasos con notable velocidad, aunque él no pierde la dicción y la compostura. Algunos dicen que, en realidad, tiene un doble. ¿Y bien?

Hay otro, de signo contrario, al que no se le escapa un ejemplar femenino, aunque pase a dos kilómetros de su perímetro visual. El tipo, conservador en las formas, tiene una especie de radar para los traseros enfundados en trajes de gitana, y es capaz de torcer la cabeza 180 grados si la ocasión lo merece.

Si me das sus nombres, mañana te cuento cositas sobre ex concejales pedigueños, enchufados y otros bandoleros de manual..