El empresario Rafael García, en una de las muchas atracciones de feria que regenta desde hace años. :: JUAN CARLOS CORCHADO
Jerez

Dios tiene una pista de choques

Treinta mil kilómetros por temporada, desde Semana Santa a la Feria de Sanlúcar, se mete Rafael García entre pecho y espalda Aunque vocacional, el negocio de las atracciones es «duro y muy sufrido»

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El hombre de la foto es Dios. Un dios pequeño y circunstancial, que reina en su propio paraíso infantil, hecho de brazos eléctricos, flashes y bombillas de colores. En el edén de Rafael huele a algodón de caramelo y el árbol del bien y del mal es un pulpo mecánico que mueve los tentáculos a ritmo de Bisbal. Los niños lo miran con una mezcla de admiración y de envidia. Una pista de autos de choque, a los nueve años, es una promesa de diversión eterna. Los chavales, antes de querer ser Messi, tienen aspiraciones un pelín más modestas: un kiosko de chuches o una atracción de feria, por ejemplo. Rafael lo sabe y deja que vean sólo el lado mágico del asunto. El otro (la carretera, los apuros, la burocracia, el montaje, las tasas, las noches en blanco) se lo guarda.

A los padres de Rafael la guerra los pilló en Cádiz, de viaje de novios. Como no podían volver a Valencia y recuperar sus puestos de funcionarios municipales, tuvieron que buscarse la vida. «Un primo les dejó un cacharrito infantil, para que salieran adelante, y a eso se dedicaron ya para siempre». Él vio la luz el último día de la Feria de Córdoba, aunque sus hermanos (siete) nacieron en Cádiz, Jerez, Córdoba, Sevilla y Málaga. «Desde que tengo recuerdo, lo único que conozco es la feria, aunque esto ahora, con las caravanas tan completitas que hay en el mercado, ha cambiado mucho. No tiene nada que ver con aquellos años en los que llegábamos a las ciudades y nos poníamos a montar la caseta, con los trastos, para dormir».

Sus cuatro hijos estudiaron internos, en los Salesianos. «Pero lo llevan en la sangre y optaron por el cangurito, los coches y el Mini Mouse». Treinta mil kilómetros por temporada, desde Semana Santa hasta la Feria de Sanlúcar. Después, Dios, algo aturdido por tanto trote, encierra el paraíso en una nave industrial y descansa.