La novela cuenta la historia de una mujer que durante un viaje en tren repasa toda su vida . :: LA VOZ
Sociedad

«La felicidad no da ni para media línea»

El novelista malagueño reflexiona sobre la memoria, la traición y la culpa en 'Lausana', una indagación intimista en el universo femenino Antonio Soler Escritor

MADRID. Actualizado: Guardar
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'Madame Bovary, c'est moi'. Gustave Flaubert, como tantos grandes de la literatura, se metió en el cerebro de una mujer, Emma Bovary, para indagar en una manera de ser, sentir, y estar en el mundo. Antonio Soler (Málaga, 1956) hace algo parecido en su nueva novela 'Lausana' (Mondadori). En clave intimista, narra desde el cerebro de Margarita Vera, una mujer madura que, en un corto viaje en tren entre Ginebra y Lausana para ver a su hijo, repasa su vida. Le asaltan unos recuerdos que conservan su plena capacidad de dañar, jirones de amores y desamores, traiciones, fracasos y alguna alegría que van y vienen por su cabeza. Amante del riesgo literario, Soler se ha puesto a prueba con esta novela en la que reflexiona sobre las trampas de memoria, la traición y la culpa.

-Entrar en la sensibilidad y las emociones de una mujer, ¿es un reto obligado para un escritor?

-En cierto modo es así. Antes o después has de afrontar un reto de indudable interés literario y humano. Las diferencias del mundo femenino y masculino en el campo emocional son sustanciales. Es algo que, en nuestra cultura, percibes desde la niñez. Ves como en las reuniones familiares los hombres van por un lado y hablan de cosas materiales -coches, dinero, fútbol-, y las mujeres, por otro, tienen un contacto más próximo y cercano; hablan más de sentimiento y emociones. De crío yo tendía más al grupo de las mujeres y a esas confidencias más sutiles y de cosas menos aprehensibles. Como las novelas son consecuencia de viejas obsesiones y reflexiones, aquí esta 'Lausana'.

-¿Es más complicado narrar desde el otro sexo?

-La verdad es que ha sido más difícil. Me sentía más inseguro, pero me ha venido bien para tener todas las alarmas encendidas. Ser escritor es arriesgar y explorar nuevo mundos y personajes. No hay nada peor que ser un funcionario literario y repetir lo que ya sabes hacer.

-Recurre al tren, con diferencia el medio de transporte más literario, para repasar una vida en fragmentos y en menos de una hora.

-Quería reproducir los mecanismos mentales que se dan en esta situación, pero sin recurrir a elementos de la vanguardias más quisquillosas del primer tercio del XX, a ese monólogo interior de corte joyceano, que puede ser contraproducente. Aceptando la convención de que estamos en una novela, había que reproducir la vida de esta mujer de manera digerible para el lector. Los recuerdos se suceden en un ordenado desorden, de modo que las reflexiones que saltan del pasado al futuro no desconciertan al lector. No quería una novela decimonónica con un desarrollo lineal de la infancia a la muerte de la protagonista. Para una propuesta así, hubiera necesitado el transiberiano. Me centro en los cinco momentos cruciales de la vida de esta mujer para que el lector pueda interpretar el resto del puzle y a través de la reflexión se conozca mejor a sí mismo.

-La protagonista, que «tragó» con la infidelidad de su marido, batalla contra un complejo de culpabilidad, del que se redime en un viaje que concluye con una reivindicación de la inocencia.

-La culpa viaja con nosotros desde que el mundo el mundo. Para esta mujer la traición tiene un peso casi insoportable, pero trata de despegarse de esa costra paralizante. Es un viaje liberador de la culpa a la inocencia. El detonante del recuerdo es la aparición de otra mujer en el tren que le recuerda mucho a la que fue amante de su marido, ya muerta, lo que da cierta distancia al análisis de sus vidas. Lo ve todo desde distintos puntos de vista, y concluye que nadie es culpable, que nadie tuvo el afán perverso de destrozar a nadie. Que aunque la infidelidad fuera dolorosa, y los tres acabaran heridos, son inocentes. Que todos somos inocentes, y que al margen de los juicios morales que han soportado, no son seres perversos merecedores de una condena por buscar algo de luz y calor en sus vidas.

-La memoria es la sangre, el genoma de la ficción literaria pero ¿es tan tramposa como dice?

-Desde luego. La novela arranca con una cita de Nicolás Bokov que viene a decir que los recuerdos están fijos como los insectos de hace miles de años en el ámbar, y otra de Caballero Bonald que dice con crudeza que quien recuerda, miente. Estoy más de acuerdo con esta. La memoria es una interpretación subjetiva de la realidad que encierra sólo algo de verdad. Los recuerdos no son la verdad. El tiempo los lima como la geología a las montañas y las rocas, hasta convertirlos en otra cosa. Ese juego de la subjetividad es también el alma de la memoria y la literatura.

Memoria

-La protagonista duda si los recuerdos son cadáveres sumergidos que surgen abruptamente impulsados por gases, o patitos de goma que emergen en la bañera en medio del juego. ¿Qué cree Antonio Soler?

-Me quedo con los patitos. La mujer explora recuerdos muy dolorosos, pero se sirve de su inteligencia para filtrarlos con humor e ironía y poner distancia. Entre el dramón de los cadáveres y la ironía de los muñequitos, me quedo con los patos de goma. Es el mismo mecanismo de la memoria, que aunque pretendamos hundir los recuerdos en lo más hondo, de pronto te estallan en las narices.

-Sus novelas, casi siempre protagonizadas por perdedores ¿confirman que la felicidad no tiene historia?

-Las historias felices tienen poco recorrido y no se me ocurren. Puedo plantear un final feliz, pero tengo muy claro que la felicidad tiene poco que contar. La pérdida en mucho más literaria. Un relato es la historia de un conflicto y su resolución. Lo mismo ocurre en la vida real. Si hablas con alguien de una conocida común y te dice que «sigue bien», pasas a otra cosa. Si te dicen «pero no sabías que el marido se fue con otra», surge la curiosidad. La narración viene del conflicto. La felicidad apenas daría para media línea. En esta historia los perdedores no lo son definitivamente. Son una familia de republicanos que tras la guerra supieron adaptarse y resurgir de sus cenizas. Cuando novelé sobre la guerra civil tuve muy claro que la salida de los derrotados republicanos por la frontera francesa es mucho más desgarradora y literaria que el desfile de la victoria en la Castellana.

-¿Narrar libera y aleja al escritor del diván del psicoanalista?

-Sin duda. Hay una descarga emocional de mucho calibre. Estás encerrado en una historia meses, a veces años, trabajando con emociones y sentimientos. Escribir proporciona el mismo bálsamo de la confesión, que no viene del perdón, sino de la descarga de la culpa. Escribir alivia. A escritores y actores nos pasa lo mismo. Colocamos las emociones en otra piel. Ambos somos del método Stanislavsky, mineros que recurren a la cantera de su propio material.