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ARTE DE CODICIA

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No puede decirse, en rigor, que la avaricia en España rompa el saco. Los nuestros están hechos de irrompible cuero de toro de Iberia y en ellos ha cabido siempre todo lo que se eche, sin temor a que se resquebrajen. El Ministerio Público ha pedido una fianza que bate todas las plusmarcas al excelentísimo Jaume Matas, que descubrió la isla del tesoro y la administró durante cuatro holgados años sin necesidad de sustituir la bandera por la que tradicionalmente enarbolan los piratas.

Quienes creemos en el delito, pero seguimos teniendo algunas reticencias ante el móvil concepto de pecado, seguimos creyendo que la avaricia es mala. Se suele dar en personas que ignoran que la mortaja no tiene bolsillos y que se van a llevar para el indemostrable mundo futuro un talonario de cheques al portador. La verdad es que otros nos iremos con menos, pero que a todos nos van a servir para lo mismo. El todavía llamado señor Matas, según el fiscal, no según su conciencia, está acusado de pagar en negro y de cobrar sobornos y se le piden tres millones de euros, ya que existe riesgo de fuga, aunque menor de que se fugue el dinero.

Muy recientemente y en otra región distante, pero cercada por el mismo mar, el presidente autonómico andaluz, que es un hombre de buenas letras y buenas intenciones, ha acertado con el diagnóstico: la crisis que sufrimos todos se debe a la falta de supervisión del sistema financiero «y a la no regulación de la codicia». Entendemos por codicia el afán vehemente de riquezas, no tener las monedas necesarias para tomarse unas copas todos los días, incluido un 'dry martini' o un 'gin tonic', que no son incompatibles, pero sí en su orden. Quienes atesoran suelen ser unos cretinos. Creen que esto de vivir es para siempre y no hacen cálculos de las Semana Santas que les quedan.