José Luis Rodríguez Zapatero, durante la inauguración del Sincrotrón Alba en Cerdanyola del Vallés, el pasado lunes. :: EFE
ESPAÑA

El declive del PSC divide el alma de los socialistas

El temor a perder el Gobierno catalán se solapa con la idea de que CiU colabore con Zapatero desde la Generalitat

MADRID. Actualizado: Guardar
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Cuando en noviembre de 2006 José Montilla anunció que en lugar de dar paso a CiU, vencedora de las elecciones, renovaría la alianza de su partido con ERC e ICV, muchos en el PSOE dieron un respingo. No era, según se encargó de dejar claro algunos meses después el propio presidente de la Generalitat, lo que José Luis Rodríguez Zapatero habría querido y a lo largo de esta legislatura el lamento por aquella decisión entre los socialistas ha sido constante. Ahora, ante las malas expectativas electorales del PSC, el PSOE vuelve a tener el alma dividida.

Las encuestas que maneja la dirección socialista indican que CiU roza la mayoría absoluta, ERC se desploma, ICV se mantiene y el PSC pierde fuelle. En estas condiciones, sería imposible reeditar el tripartito. El asunto en Madrid genera inquietud, pero no falta, de nuevo, quien quiere ver en la llegada de los nacionalistas al poder una oportunidad para que el Gobierno forje un acuerdo sólido con los diez diputados de CiU en el Congreso y gobernar con menor zozobra.

El sentimiento es, aún así, ambivalente. Cataluña no es una comunidad cualquiera para los socialistas. Junto con Andalucía, es el pilar sobre el Zapatero asienta su mayoría en el Congreso. Ni más ni menos que 25 de sus 169 diputados son del PSC. Es verdad que la intención de voto que reflejan los sondeos para las generales no es tan alarmante como la de las autonómicas de otoño, y en cierto modo es normal porque la movilización del votante socialista es mayor en los comicios nacionales. De hecho, el PSC tiene claro que nunca podrá aspirar a los 1,6 millones de las legislativas de 2008 y que su techo está más cerca del millón de votos que lograron en las últimas municipales.

En todo caso, ni siquiera los más críticos con el 'partido hermano' ocultan su desazón por las noticias que llegan de Cataluña. El primero, Zapatero, que el lunes decidió ir a la inauguración del acelerador de partículas Sincrotrón Alba en Cerdanyola del Vallés, cuando no estaba previsto, y dedicar el almuerzo a una cita con Montilla. Hacía nueve meses que no se veían las caras.

Inicio de la caída

«Si Montilla pierde y la derrota es sustancial en una ciudad tan simbólica como Barcelona la lectura inmediata será que estamos en el inicio del declive y eso no nos favorece a pocos meses de las autonómicas y municipales», advierte una dirigente nacional. Es una de las que se rebela contra la tesis de que con CiU en la Generalitat se facilitará la gobernabilidad del Estado y hará menos duro el día a día parlamentario. «¡Si ya estamos acordando con ellos! -alega-. CiU, como el PNV, tiene vocación de gobierno y, por lo tanto, con interés por influir en la política nacional».

Lo cierto es que los nacionalistas catalanes no se lo han puesto fácil al Ejecutivo en esta legislatura. Su líder, Artur Mas, se cree víctima de una traición de Zapatero. Siempre contó con que si conseguía ser fuerza mayoritaria, el secretario general del PSOE obligaría a los suyos a dar un paso atrás. Además, el auge de ERC a su costa le llevó a subrayar su perfil soberanista. Pero tras comprobar un frenazo en las encuestas, CiU optó por una estrategia destinada a ocupar el centro político. De ella nació su oferta de pacto de Estado contra la crisis, que no prosperó pero que ha apuntalado a CiU en los sondeos.

«De lo que no se dan cuenta algunos -se lamenta un dirigente del PSC, molesto con la indiferencia de ciertos correligionarios- es de que una victoria de CiU como la que se pronostica, a cinco escaños de la mayoría absoluta, abre una espita a la colaboración entre Mas y Rajoy y preconiza una alianza futura que allanará el camino al PP para acabar con su imagen de formación incapaz de entablar lazos con otros partidos».