MAR ADENTRO

Ándele, Cádiz

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Quizá entre México y Cádiz, hermanados en estos días por lo de la Constitución del 12, haya algo más que un poncho de Chavela sobre la piel de Sara Baras o recuerdos del cantante Luis Miguel y del filósofo mutuo Adolfo Sánchez Vázquez. Lo ha dicho el arquitecto Rodrigo Alcocer, que «sin la Constitución de 1812 no existiría México tal y como lo conocemos hoy en día». Pero la provincia gaditana también guarda un no sé qué de Jalisco por alegrías en vez de rancheras y lingotazos de manzanilla, como una prima suave del tequila. No en balde, ese país trasatlántico como los vapores que unían estos muelles con Veracruz es la segunda patria de Paco de Lucía.

Para colmo, México convirtió la revolución en institucional y la España constitucionalista de Cádiz hace lo mismo con la libertad, como si algunas grandes ideas que movieron al mundo pudieran apolillarse en los museos, en los archivos y en conferencias. A fin de cuentas, La Pepa y la Constitución de Atpazigán habrían podido besarse enamoradas si la historia y el absolutismo se lo hubiesen permitido.

Muchos demócratas gaditanos y europeos salvaron el cuello gracias a los brazos abiertos de Lázaro Cárdenas y de su esposa Amalia Solórzano. Él era el más indigenista, el más liberalmente liberal, el presidente que intentó evitar que el sueño mexicano se convirtiera en una pesadilla. Su hijo Cuauhtemoc, que fue alcalde del D.F., mantuvo una estrecha relación con el arquitecto gaditano Jerónimo Andreu, quien sabe que México fue uno de los puntales del exilio español quizá porque como Carlos Fuentes dijo hace años en la Diputación, el exilio español cambió México.

Claro que también Cárdenas nacionalizó a las empresas mexicanas, con lo que hasta los Domecq tuvieron que mexicanizarse y allí estaba para ello el portuense Antonio Ariza, uno de esos embajadores charros de Cádiz, para cuya memoria póstuma quizá puedan sonar 'Las mañanitas' en ese pintoresco hilo musical de 'Los mexicanos cantan' que el Ayuntamiento nos ha puesto ahora como si hiciera falta que nos animaran con un ándele, Cádiz. Güey Cádiz, pinche Cádiz, cuya hambre histórica también nos quitó México, cabrones: que se lo digan al empresario Pepe Garay que hermanó hace mucho el bar Sin Nombre de la Plaza de San Juan de Dios con el Tenampa de la Plaza de Garibaldi.

Lo mejor que puede hacer Cádiz por México es recobrar de veras su viejo sueño libertario y volver a ser, sin caspa ni oficialismo, la ciudad más americana de Europa o la más europea de América. Lo mejor que puede hacer México, por Cádiz, por México y la humanidad, es exorcizar a su vieja leyenda negra de la Malinche y acabar con esos otros Porfirio Díaz o Hernán Cortés que están quemando los barcos de su futuro, entre corrupciones y fraudes, secuestros exprés y corridos sangrientos de narcos sin derecho a ningún reino en el sur. Viva Zapata. De jamón, también.