Motor

Éxtasis de Alonso

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Alonso ha vuelto. A la sobremesa de los domingos y a los foros de internet. Al corazón de millones de españoles que empujan su coche desde la distancia y al pensamiento de tantos otros que no pueden con su aparente antipatía. A la tele y a las portadas de los periódicos. A cualquier conversación de lunes, en todos los casos. Un embrujo que sigue siendo incomprensible en un tipo como él, tímido, tendente a la soledad, de hábitos sencillos, concienzudo y trabajador hasta límites insospechados. Alonso reunió de su parte todos los sortilegios que flotaban por el circuito de Sakhir, en el desierto pedregoso de Bahrein, y lo hizo una vez más. Otra vuelta de tuerca a su aureola. Ganó en su estreno con Ferrari.

Triunfo, debut y Ferrari. Una combinación explosiva en tiempo y hora para un deportista que genera una fascinación asombrosa por un argumento incuestionable: es un seguro de vida cuando compite. Lo haría igual si tuviera una bici entre las piernas, un balón en los pies o una raqueta en las manos. Educado desde pequeño para el deporte, Alonso ejecutó una operación quirúrgica en el desierto de Bahrein. Limpia, sin dolo, incontestable a partir de un golpe de suerte: el coche de Vettel falló.

Un desliz en el motor Renault del Red Bull –perdió potencia por un golpe en el tubo de escape– condenó a Vettel, que se dirigía hacia el triunfo después de una carrera impecable. Pero el monoplaza comenzó a renquear por vaya usted a saber el motivo (nunca existe una verdad que se sostenga más de un par de minutos en la F-1) y a la vera del alemán no estaba Massa, ni Hamilton, ni Schumacher. Estaba Alonso al rebote.

Y compareció por allí porque se había apropiado de la segunda posición. Lo hizo con el bisturí en la mano. Salió perfecto desde la tercera huella, se acomodó a la espalda de Massa en la primera curva y lo rebasó en el siguiente giro. Sin polémica, sin reproches. Y cuando aleteó en pos de Sebastian Vettel, sopesaba sus posibilidades con la calculadora en la mano. Atacar en las últimas diez vueltas, toda vez que su ritmo y el de Vettel era similar, o guardar la viña con 18 puntos del estreno en la mano. Estaba ahí, colgado del casco del alemán, presionando en buena ley.

De un plumazo, en el momento del adelantamiento definitivo en la vuelta 34, se desvanecieron otra vez todas las teorías que componen el collage de la Fórmula 1 cada fin de semana. El excepcional rendimiento de los motores Mercedes, la fiabilidad sin límite del Red Bull que monta un motor en duda, el ingenioso alerón humano de McLaren con su aplique de la entrada de aire a conveniencia de la rodilla del piloto, etc, etc.

Instinto y pericia

Y, por encima de todos, aquel que pregona que la Fórmula 1 sólo es un deporte de coches. Falso. También es de deportistas. Con el mismo bólido no se consiguen los mismos resultados. El palmarés depende de la fortaleza mental del piloto para sobreponerse a un ambiente demoníaco, donde mueres si no comes antes, de su instinto de supervivencia, de su pericia al volante, su valentía como competidor... No sólo se trata del coche guiado por un carril y hasta la meta.

Pasajero de un gran bólido ideado en la fábrica de Maranello, Alonso eclipsó a Massa, que llegó a la bandera a cuadros con gesto compungido con el mismo coche. También a Schumacher, Hamilton, Vettel y demás. Ha habido muchos días, pero el de ayer quedó señalado. El español ingresó en la historia roja de Ferrari: es el cuarto piloto que gana en su debut desde que el ‘cavallino’ baila por las pistas desde 1950 (antes lo hicieron Raikkonen, Mansell y Andretti). Tal vez, sea el inicio de algo grande.