Opinion

El viejo periodista

Disfrutaba como un novato con las exclusivas en noticias nacionales o internacionales frente a los periódicos de Madrid, y mostraba interés en pequeñas noticias de los pueblos

DIRECTOR DE 'EL COMERCIO', EX SUBDIRECTOR DE 'EL NORTE DE CASTILLA' Actualizado: Guardar
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Unos días después de empezar a trabajar en 'El Norte de Castilla', en octubre de 1987, conocí a Miguel Delibes. Me crucé con él en la antigua sede del periódico castellano, la de la calle Duque de la Victoria de Valladolid. Le saludé como si nos conociéramos de toda la vida, y él me devolvió el saludo. Después caí en la cuenta de que era él y que nadie nos había presentado, aunque uno de los motivos que me habían hecho especialmente atractiva la oferta de trabajar en el viejo diario había sido el que se tratase de 'el periódico de Delibes'. La muletilla, efectivamente, era y sigue siendo de uso común para referirse a 'El Norte de Castilla'. Hacía muchos años, al menos dos décadas, que Miguel no trabajaba habitualmente en él, aunque mantenía una relación cercana como accionista, como consejero de la sociedad y también como miembro del conocido como 'consejillo'. Su sello, debido a la larga y variada vinculación y a la impronta dejada, permanecía vigente, y ahora que ya no está entre nosotros, bien seguro que seguirá estándolo.

Los caminos coincidentes o paralelos que ambos, periódico y escritor, han transitado durante los últimos... ¡setenta años! han dejado honda huella en ambos. Delibes solía utilizar el símil del jardín inglés para explicar la pervivencia de un periódico centenario. Las instrucciones para conseguir un césped alfombrado, que se obtiene con el corte mantenido, semana a semana, «y así durante cien años», las aplicaba al diario: cada mañana ver la luz, pulsar los afanes de su sociedad, narrar la pequeña historia de su ciudad, sus pueblos, su país, «y así durante 135 años». «Así está bien, es la pátina del tiempo», comentaba entre chanzas cuando alguien proponía limpiar las claraboyas que coronaban el viejo patio de hierro de la sede del diario, y que apenas dejaban pasar algo de claridad.

Esa misma pátina es la que procuraba que 'El Norte' mantuviera en su tono, en su aspecto. Nos discutía determinadas fórmulas manidas, lugares comunes, tratamientos inapropiados, y se oponía a que elimináramos sistemáticamente todos los 'don' y 'doña', incluso que no mantuviéramos determinados giros y localismos. Aunque en esto último la palma se la lleva Jiménez Lozano, quien defendía y defiende a capa y espada los leísmos y laísmos como expresiones del lenguaje verdadero, el que sale del hablante llano, frente a fríos academicismos. En realidad, sospecho que, como buen vallisoletano, tenía el oído hecho al leísmo, y era incapaz de detectar la supuesta incorrección.

Aquél día del que hace casi un cuarto de siglo en que nos saludamos por vez primera y a partir del que continuamos saludándonos, yo era un periodista en ciernes, recién incorporado a 'El Norte', con apenas experiencia, y él era hacía tiempo un mito vivo de la literatura y el periodismo. Todo sea dicho, lo del mito siempre lo llevó bastante mal: tengo para mí que sus grandes zancadas, el paso rápido, los hombros vueltos hacia sí, con los que recorrió, años y años, las calles de Valladolid hasta formar parte su perfil andarín del álbum de la memoria de la capital castellana, iban destinados a evitar ser permanentemente interpelado por sus innumerables lectores.

A principios de los noventa comencé a participar todos los martes durante el curso en el antes mencionado 'consejillo', en el que mantuve un trato más cercano y continuo con Delibes. 'El Norte' de por aquel entonces contaba con ese órgano, creado durante el franquismo para respaldar el trabajo de la Dirección, y había pervivido, como algunos de sus longevos miembros, a lo largo de décadas. Con carácter consultivo e informal, sin funciones definidas, se trataba de una tertulia sobre las cosas del diario y, en los días más tranquilos, sobre cualquier otro asunto, más humano que divino, en la que estaban representados los principales propietarios. Miguel solía traer, doblados en dos o en cuatro, recortes del diario de los últimos días, o anotaciones en uno de los trozos de cuartilla reciclada de los sobrantes de papel de periódico que usaba para escribir:

-«¡Pero a quién se le ocurre llamar Paco Suárez a la calle del Padre Francisco Suárez!».

-«Es la zona de copas, la gente la conoce así coloquialmente»

-«¡No, hombre, no! Mira que llamarle Paco a don Francisco».

O cualquier otro comentario sobre una opinión vacía o una redacción pretenciosa. Entonces, el subdirector Jiménez Lozano terciaba, disculpando el error, o sacando algún otro asunto que distrajera la atención. Aunque no todo eran reprimendas. Miguel Delibes era el mayor defensor de la Redacción y de los periodistas, aunque fuera exigente en la demanda de textos limpios y directos, ideas sensatas, sin florituras: «Una cosa es la Literatura y otra el Periodismo, Paco», recordaba Umbral como la única lección de escribir en periódicos que le habían dado nunca.

Disfrutaba como un novato con las exclusivas de última hora en noticias nacionales o internacionales frente a los periódicos de Madrid, y mostraba interés en pequeñas noticias de los pueblos, o sobre personajes populares, que le llamaban la atención. Criticaba la verborrea política, y reclamaba a los periodistas el permanente «distanciamiento del poder», mientras extendía los brazos con las palmas vueltas al frente para subrayarlo. Defendía los gráfícos informativos, en una época en la que la infografía iniciaba sus pasos en la prensa española. Y aportaba recetas sencillas y eficaces, que hoy en día siguen siendo válidas: «El domingo hay que dar una buena entrevista y un gran reportaje». No es otra cosa lo que, en esencia, seguimos haciendo hoy, y lo que la superabundancia de información reclama cada vez con más insistencia: ideas claras, lenguaje preciso, opiniones independientes: periodismo verdadero.