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Cuidado, señorías

Algo falla en la forma en que los jueces exigen responsabilidades a otros y a sí mismos

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Los lectores de periódicos de este país, especie aún no del todo extinguida, padecemos últimamente de una insuperable perplejidad, a propósito de los ajustes de cuentas entre miembros conspicuos de la judicatura de los que, día sí y día también, nos dan noticia los diarios. Si hemos de creer lo que escriben los periodistas bien informados, esos que se mueven con soltura por los pasillos de tribunales superiores, supremos y audiencias de toda laya, la regla en la resolución de trascendentales asuntos que en este momento penden ante la justicia no es la aplicación pura y simple de la ley, como aventuraría el ciudadano ingenuo, sino el afán de saldar las deudas y de cumplir con los vasallajes, de diversa índole, que habrían proliferado de un tiempo a esta parte entre las personas que visten la toga.

Así, nos dicen que los casos de corrupción aflorados en tal o cual fuerza política están siendo una y otra vez enjuiciados por jueces que deben sus ascensos y por tanto su empleo actual al apoyo de esa misma fuerza política. De donde se sigue, en incuestionada suposición, que en esos jueces pesará más la devolución del favor a sus mentores que el propio deber que tienen contraído con los ciudadanos que les pagan el sueldo. El futuro dirá, respecto de algunos, pero en otros, nos aseguran, ya se ha visto bien marcada la tendencia. Te nombro, me absuelves.

En cuanto a la depuración de las responsabilidades dentro de la misma judicatura, sale a colación el caso de algún juez envuelto en muy feos asuntos, con dineros sucios y delincuentes notorios de por medio, que tras haber sido condenado en primera instancia por sus compañeros, sale absuelto por decisión del tribunal superior, lo que lleva a los conocedores a recordar que los apellidos del juez en cuestión tienen rancio abolengo en las más altas instancias judiciales. Y al revés: a un juez hasta hace nada estelar se le empiezan a amontonar los procesamientos, circunstancia que, de nuevo nos puntualizan los expertos, no tiene tanto que ver con su peculiar manera de entender la instrucción de las causas (de la que ha hecho gala sin mayores consecuencias durante lustros) como con el hecho de haberse tropezado con un par de compañeros-rivales que estaban esperando la ocasión de tener un pretexto para meterle mano.

Quién sabe, quizá todo esto sólo son insidias de plumíferos ansiosos de darles siempre un sesgo escabroso a las historias. Los lectores de periódicos no tenemos información para contradecirlos. Pero una sospecha empieza a acometernos: algo falla en la forma en que los jueces exigen a otros y se exigen a sí mismos responsabilidades. Y no es justo. Para empezar, por los muchos jueces que cumplen cada día lealmente con su labor, y que empiezan a ser invisibles tras tanto tongo y tanto desatino.