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Chupópteros globales

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Una cosa es que los estados, como explican quienes saben de estas cosas, estén perdiendo fuerza, iniciativa, protagonismo e influencia a la hora de manejar el cotarro económico global (para mayor gloria del gran capital planetario), y otra muy distinta es que la ciudadanía de esos mismos estados sea la que deba hacer frente a los estropicios de los tiburones mundiales afectados por esa enfermedad crónica conocida como la 'neurosis del lucro'. Porque lo que está ocurriendo no es, como quieren hacernos creer, producto de los avatares cíclicos e inevitables de la economía, sino las consecuencias de un tipo de economía ciega y sorda a las más elementales normas de la racionalidad, de la templanza y de la cordura. No es que la economía, pues, haya perdido el norte, sino que para la buena marcha de los intereses del gran capital parece ser conveniente un mundo siempre desnortado.

La desorientación actual no hay GPS que la remedie. Nadie sabe nada, pero nunca como en estos días se puede comprobar hasta qué punto la política se ha convertido en sumisa gestora del gran capital mundial, facilitando los impúdicos beneficios de los amos del mundo en épocas de bonanza y sangrando el bolsillo de los ciudadanos en momentos delicados, como el que atravesamos ahora. Ocurre que hemos dado (nosotros, ciudadanos y ciudadanas del mundo) demasiadas facilidades y credibilidad a un sistema económico perverso, embelesados por la posesión de cuatro chismes generalmente innecesarios y algunas dosis de ocio precocinado.

Volvemos la mirada a nuestros políticos en demanda de socorro y comprobamos que están atados y bien atados por una maraña de intereses globales contradictorios: si queremos conservar puestos de trabajo, hay que aceptar actividades económicas insostenibles; si no queremos que la economía se enfríe, es necesario fomentar un consumismo depredador y disparatado; si queremos estar a la cabeza de los países privilegiados del mundo, hay que ignorar los derechos de los pueblos menos favorecidos.

Es necesaria una ciudadanía menos proclive a ser engatusada con endebles argumentos e inútiles chucherías. Una ciudadanía crítica, informada, resolutiva, exigente con las cosas fundamentales, que no deje pasar ni una a los políticos, sí, pero que, al mismo tiempo, sea implacable también con los desmadres de los especuladores, de los chupópteros, ya sean estos locales o globales.