Editorial

Libertad para Cuba

La muerte del disidente Zapata certifica que el «diálogo constructivo» no funciona

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La muerte del disidente Orlando Zapata Tamayo en La Habana y el silencio atronador a continuación del presidente Zapatero debe hacer reflexionar sobre la política española y europea hacia la isla para rectificar cuanto antes el rumbo. Zapata había pasado 85 días en huelga de hambre y sólo fue trasladado a un hospital hace una semana. Llevaba siete años en la cárcel, tras ser detenido por protestar contra la dictadura castrista. Su huelga de hambre intentaba denunciar las condiciones inhumanas de los presos políticos cubanos. Ayer, Zapatero no quiso opinar sobre esta muerte, desaprovechando su intervención en la sede de Naciones Unidas en Ginebra. Diversos miembros del Gobierno lamentaron el fallecimiento pero no hubo asomo de autocrítica. El Ejecutivo español lleva cinco años empeñado en una estrategia de acercamiento y comprensión del régimen castrista como método para favorecer su evolución hacia la democracia. Este infructuoso «diálogo constructivo» ha supuesto dejar en la cuneta a los disidentes del interior y del exterior de la isla y ha cortado puentes con muchos de los futuros protagonistas de la transición cubana. El Gobierno además ha intentado liderar al resto de estados miembros de la Unión Europea en esta dirección, aunque ni el Parlamento Europeo ni países como Holanda o algunos de Europa del Este han aceptado. Los resultados de dicha política española están a la vista: en estos años de agonía del régimen, el castrismo se ha enrocado y los opositores se quejan con razón del abandono español y europeo y de la connivencia inmoral con la última dictadura comunista en Iberoamérica. Es cierto que la actitud contraria a este criticable amiguismo de Zapatero tampoco ha funcionado, como demuestra cualquier examen objetivo de la política de aislamiento de EE UU. Pero la Administración Obama ya ha empezado a suavizar esta estrategia y se ha marcado el objetivo ayudar a la población de la isla. Los lazos entre España y Cuba de tipo histórico, cultural y familiar nos deberían llevar a consensuar una política de Estado, basada en la idea de que los españoles sólo podemos querer para Cuba lo mismo que para nuestro país. España tiene que estar en la mejor posición posible para acompañar a Cuba el día que empiece su transición hacia la libertad.