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La mayoría de la afición

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E s llamativo que el descontento se manifieste, antes que en las calles, que son de todos, en las universidades y en los estadios, que son sólo de algunos. En muy pocos días se ha comprobado nuestra pésima educación ciudadana, que sin duda sería distinta si hubiéramos tenido otros educadores.

Al ex presidente Aznar lo abuchearon y lo calumniaron en una universidad y él, para demostrar que no tenían razón, les correspondió con un ademán que demostraba que no iban del todo descaminados en cuanto a su categoría personal los bárbaros agresores. El domingo fue abucheado el Rey en la final de Copa de baloncesto que lleva su nombre. Su Majestad, ya que no es la de todos, es un magnífico encajador. Tiene temple, tiene valor y tiene paciencia. Tres cosas que son absolutamente necesarias para asumir su difícil destino. La única ventaja de ser Rey es no tener que preguntar cuál es su sitio en los banquetes. Yo le conocí cuando aún era príncipe. Le acompañé después, a moderada distancia, cuando hizo un viaje por las Hurdes, que ya no eran las de su abuelo, pero aún eran reconocibles. Hablo del Antiguo Testamento.

No me gusta que abucheen a don Juan Carlos, aunque tampoco me gustaría que aclamaran dentro de algunos años, a su hijo. Cada hora, quiero decir cada época, tiene su afán, su perspectiva y sus difíciles soluciones, pero los pésimos modales son siempre los mismos. Aquí hay cada vez más gente que se desgañita y menos que articula unas palabras razonables. La mayoría de la afición obsequió con una gran pitada a los Reyes, pero ¿de qué afición hablamos? Hay muchos deportistas que jamás acuden a los espectáculos multitudinarios, pero en democracia todos adquieren una entrada que les da derecho a votar. La papeleta es lo que importa. Ni pitos ni flautas.