EL CANDELABRO

LETIZIA Y EL APARATO

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Recuerdo que en mi adolescencia, allá por los remotos setenta, algunas niñas de mi colegio se morían por llevar aparato en los dientes. Entonces lo llamábamos como en política: el aparato; y no 'brackets', como se dice hoy en día. El cambio de nombre, por cierto, no es sino otro síntoma del mestizaje lingüístico que nos acecha en la era del 'i-pod' y del 'e-mail' (tanto afán por preservar las lenguas vernáculas, y al final chapurrearemos todos una sola, que será una ensalada de varias distintas, como en 'Blade Runner'). La cosa es que algunas niñas con aparato en los dientes quizá sentían complejo, pero otras se daban más importancia que don Rodrigo en la horca, y aún había unas terceras que jugaban a simularlo poniéndose papel de plata en los dientes.

Ahora la cuestión es si la princesa Letizia lleva o no lleva 'brackets' ; en su caso, una férula de última generación que no se nota, pero que sí traspasa, al menos el ámbito de lo privado, pues ya ha ocupado varias portadas. Lo preocupante no es si Letizia lleva o no aparato (por lo visto, no), lo grave es que haga lo que haga la gente sólo va a quedarse con su apariencia (de ahí no pasamos). Si como periodista Letizia proyectaba una imagen de mujer trabajadora, desde que se convirtió en Princesa de Asturias lo que domina es su vertiente estética y doméstica. Según esa pseudoentrevista de 'Vanity Fair' que tanta polvareda ha levantado, hasta la infanta Leonor tiene sus dudas y le pregunta a su madre en qué trabaja exactamente. Pero obsérvese que doña Letizia le responde: «Por España, hija, para mejorar mi país». Y no: «Por mi físico, hija, para mejorar mi imagen», como pudiera desprenderse de esa obsesión que sentimos los medios (todos) por evaluar su aspecto. «No soy nadie, no soy nadie», afirma esa revista que suele repetir doña Letizia, en plan Woody Allen, cansada quizá de que su actividad laboral resulte tan invisible como el individuo de aquel anuncio al que le ninguneaba hasta el aparato del aire acondicionado.