Entrenándose. Robel Teklemariam esquía por las calles de Addis Abeba. :: IRADA HUMBATOVA/REUTERS
Sociedad

Los olímpicos imposibles

El etíope Teklemariam entrena sobre patines y el ghanés Nkrumah vio por primera vez la nieve con 28 años. Hoy se calzan los esquíes en los Juegos de Vancouver

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Cuando Robel Teklemariam vio nevar por primera vez, sus rivales ya manejaban los esquíes con soltura. Pero Robel nació en Addis Abeba, capital de Etiopía, y allá, cerca del cuerno de África, la nieve es un elemento imposible, exótico, que sólo cae en televisión y, cada vez menos, en las lejanas cumbres del Kilimanjaro. Por eso Robel, un chaval espigado y extrovertido, jamás soñó con participar en unos Juegos Olímpicos de Invierno. Si acaso, quería imitar a su ídolo, el atleta Abebe Bikila, quien, con su legendaria victoria en Roma'60, abrió el camino a los fabulosos fondistas etíopes.

Pero la biografía de Robel Teklemariam cobró una dirección inesperada cuando sus padres emigraron a Estados Unidos y a los 12 años se deslizó por primera vez sobre la nieve de Lake Placid, en Nueva York. «Esa sensación de libertad me cautivó», recuerda. Desde entonces, lucha por hacerse un hueco entre la élite del esquí del fondo. Ya puede decir que lo ha conseguido: participó en los Juegos de Turín y volverá a hacerlo en los de Vancouver, que hoy se inauguran. Al lado de los demás atletas, invariablemente rubios, de ojos azules y mofletes sonrosados, la televisión volverá a ofrecer la imagen extravagante de Robel: negro, más bien enjuto, con perilla y con unas rastas que le cuelgan por la espalda.

En Addis Abeba, cuida su preparación física. A falta de nieve, corre por las montañas que circundan la capital etíope, llena sus pulmones de oxígeno y pasa muchas horas en el gimnasio para ganar «fuerza y rapidez». A veces, incluso se calza unos patines en línea para deslizarse por las soleadas y ruidosas calles africanas como si caminara por las cumbres alpinas. Robel sabe que, al contrario que el gran Abebe Bikila, no podrá colgarse la medalla de oro. Ni la de plata. Sonreirá si logra esquivar el farolillo rojo. Pero el cronómetro no le asusta: «Ése no es mi objetivo. Yo quiero demostrar que todo es posible... ¿Por qué no puede haber un niño etíope que descubra el esquí, pueda practicarlo y logre un día una medalla?».

Si hoy, en la ceremonia inaugural de Vancouver 2010, Robel Teklemariam se siente solo y un poco nostálgico, siempre podrá echar la vista atrás y toparse con la cara redonda y alegre del único miembro del equipo ghanés, Kwame Nkrumah Acheampong, el 'Leopardo de las Nieves'.

Esquiar en las películas de Bond

Kwame descubrió la nieve a los 28 años, cuando en 2002 aterrizó en el aeropuerto de Heathrow, en Londres. «Me gustó sentir cómo caía del cielo -señala-, pero hacía mucho frío». Aunque había nacido en Glasgow, muy pronto regresó con su familia a Ghana, donde la temperatura rara vez baja de los 25ºC. «De crío, sólo veía esquiar en las películas de James Bond». Como la mayoría de sus compatriotas, vivió una juventud futbolera y llegó a militar en un equipo semiprofesional. Pero la pobreza apretaba y tuvo que emigrar. Entonces, un día de invierno, regresó a Gran Bretaña y encontró trabajo como recepcionista en un centro de esquí bajo techo situado en Milton Keynes, a 70 kilómetros de Londres. Allá descubrió su vocación. «Empecé a esquiar cuando no había nadie en las pistas porque lo tenía a mano y quería probar algo diferente». Le gustó. Sintió el placer de deslizarse por aquellas pendientes artificiales y fue cogiendo los rudimentos del esquí hasta que se convirtió en instructor. Entonces tramó un plan descabellado. Quería participar en unos Juegos Olímpicos y marcó con lápiz rojo un lugar y una fecha: Turín, 2006. Pronto descubrió que su principal enemigo iba a ser un atleta retirado: Eddie 'El Águila' Edwards.

Eddie, un albañil con gafas de culo de vaso y cara de hogaza, había decidido ser olímpico en 1988 y se enteró de que ningún inglés había intentado jamás hacer saltos de esquí. Trabajó en mil oficios para costearse los viajes a Finlandia, donde aprendió su nueva disciplina. Finalmente, 'El Águila' se plantó en Calgary con su flamante chándal británico y sus pintas de dominguero simpático. Todavía se puede admirar su salto en 'Youtube': sobre sus gruesas lentes, Eddie se encasqueta las gafas de esquiar, mira al horizonte, se lanza por la rampa, vuela... y aterriza a 59 metros. Justo bajo la plataforma. No importó: cien mil personas le jalearon, las cámaras le persiguieron y se ganó más titulares que el campeón. La gesta de Eddie levantó ampollas y las cabezas pensantes del olimpismo decidieron colocar nuevas trabas para la participación en los Juegos. Así que Kwame Nkrumah-Acheampong lo tenía ahora mucho más difícil. Casi imposible.

De hecho, el esquiador ghanés no se clasificó para Turín, pero no se desanimó. Su debut en una gran competición internacional se produjo en 2007, cuando participó en los Mundiales de Aare (Suecia). El 'Leopardo de las Nieves' sufrió de lo lindo: «Hacía mucho frío». Los 32 grados bajo cero que marcaba el termómetro congelaron el ánimo de Kwame, quien, acostumbrado al agradable ambiente de su estación 'indoor', tropezó con otro inconveniente: una pista helada. Acabó en el puesto 77. Pero, desde entonces, ha mejorado. Durante el invierno, vive en la estación italiana de Val di Fiumme y pule su estilo con los profesores locales. Finalmente, ha conseguido los puntos para participar en Vancouver y hoy portará con orgullo la bandera de su país en la ceremonia inaugural. «Es como enviar un ghanés a la luna», suspira. «Sólo pretendo que los jóvenes sepan que pueden hacer cosas diferentes si se lo proponen».

Los ralladores de Ander

Ander Mirambell, un chavalote de Calella (Barcelona) que practicaba decatlón, también se planteó hacer algo diferente. Así que rebuscó entre los deportes invernales más insólitos y se topó con el skeleton. Comprobó que a ningún español se le había ocurrido lanzarse con una tabla por un tubo de hielo a más de cien kilómetros por hora y que, para colmo, no había ninguna pista en todo el país, pero tampoco se amilanó. Cogió su viejo mono de esquí y sus zapatillas de atletismo y en el 2005 se presentó en la escuela de pilotos de Innsbruck (Austria). «Sólo el casco, que me había costado 400 euros, era de skeleton», recuerda. El monitor, cuando le vio, reprimió una carcajada y le enseñó el calzado reglamentario. «Flipé -confiesa-. Tenían dientes de sierra delante y detrás». Como se había gastado todo su dinero en el casco, Ander le echó imaginación: forró las zapatillas con papel de lija y les pegó dos ralladores de queso. Así, entre las bromas de sus compañeros, se inició en el skeleton.

Cuando sus rivales se encuentren a Ander Mirambell por Vancouver, ya no se reirán. Y no sólo porque su equipación sea perfecta, sino porque en cuatro años, a base de sacrificios y sudor, ha logrado volar a 130 kms/hora por el tubo de hielo y se ha metido entre los veinte mejores del mundo. En España sigue sin haber una pista de skeleton, pero Ander no pierde el tiempo: entrena con una colchoneta en la pista de hielo del FC Barcelona y ensaya la entrada al tubo con una tabla de bodysurf en la playa. Nunca le ha faltado ingenio para suplir las carencias. Y hoy, cuando marche con el equipo español en el desfile inaugural, habrá demostrado que nada es imposible. Que se lo pregunten, si no, a Robel Teklemariam. O al 'Leopardo de las Nieves'.