Sociedad

LA CONTRARREFORMA

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Se atreven a hacer planes, pero no a llevarlos a cabo, ya que siempre quedan cabos sueltos. Cuando se reúne el Gobierno, quizá con la finalidad de ser alguien entre todos, se toman una serie de decisiones que inmediatamente después, en otra reunión, se mandan a tomar por saco. En muy pocos días hemos asistido a dos hechos a cual más meritorio: la presentación del plan gubernamental para la reforma laboral y su retirada. Para ambas se necesitaba una cierta dosis de osadía, pero no es precisamente ésa una de las cualidades de las que carece nuestro presidente. Se dice, creo que con razón, que es imposible darle gusto a todos, pero también es dificilísimo no contentar a nadie: ni a los sindicatos, ni a la patronal, ni a los controladores, ni a los pasajeros.

El descontento es una pandemia y en estos casos se convierte la palabra «cambio» en sinónimo de mejoría. No siempre es así, ya que hay modificaciones que nos hacen añorar lo anterior, como en aquella leyenda china que cuenta cómo un hombre, el más anciano de la ciudad, vitoreó al más odiado mandarín. «Cómo dice usted ¡viva el mandarín!». El viejo, que estaba muy bien educado, condescendió a explicarlo y les dijo que conoció al abuelo del mandarín actual, que era malísimo, y al hijo que era peor que su padre y gritaba a su paso «¡muera el mandarín!». Por eso ahora, cuando cruza las calles la carroza del nieto, que es peor que su padre y que su abuelo, le desea larga vida.

Hablando de chinos, hay que reconocerle un cierto ingenio al último engaño: se propone más contratación a tiempo parcial, reducción de jornada en lugar de ingresar en el paro y penalizar la temporalidad. En los contratos estará previsto un despido de 33 días. No se dice nada acerca del regalo de pañuelos.