Con un dominicano, durante su época de misionera. :: LA VOZ
PERFIL

En manos de Dios

La isleña María de la Luz Jiménez ha encontrado la paz interior con su ordenación en las Concepcionistas de Cádiz

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En el Monasterio de la Piedad, perteneciente a la Orden de Clausura de las Concepcionistas en Cádiz, ha ingresado la isleña María de la Luz Jiménez Diufaín, profesando sus votos solemnes. María de la Luz de la Anunciación -como se le conoce tras entrar en la orden-, es natural de San Fernando y perteneciente a una familia de seis hermanos, de la cual ocupa el cuarto lugar. Su infancia transcurrió entre La Isla y Jerez donde destinaron, por un tiempo, a su padre, que ejercía su profesión en el Cuerpo de Intendencia del Ejército de Tierra.

Su vida era ajena a las circunstancias que, en un futuro, cambiarían su situación. Cuando apenas había cumplido once años, se trasladaron muchos miembros de la familia a Zaragoza donde su hermano Pepe tuvo la entrega de despacho militar. Era el 12 de Julio de 1979, sus padres se hospedaron en el Hotel Corona de Aragón, cuando un atentado de la banda terrorista ETA sesgó dramáticamente sus vidas. A partir de ese momento, la existencia de la joven María de la Luz cambió radicalmente.

Como ella misma relata, en ese momento siente en gran medida la pérdida de las dos personas, esas dos personas que ella más quería. A partir de ese momento se encierra en su mundo y se aísla de su entorno. De tal forma que, para no sufrir, no quiere amar a nadie ni que nadie la quiera. De la joven se apodera un sentimiento de odio y venganza hacia los terroristas que le acompaña en años sucesivos. Aunque siempre contaba con el cariño y el apoyo incondicional de sus hermanos -Nena, Pepe, Mayte, Matu y Charo- y de sus tíos, ella se siente sola. Este sentimiento de soledad no llegó solo. La apatía hizo que perdiera el interés por todo lo que le rodeaba.

Ya en el año 1995, una tarde se reúne con su hermana Mayte, a la que se siente muy unida, y le cuenta sus sentimientos y su estado de ánimo. Y su hermana, de fuerte convicciones religiosas, la anima para que haga un cursillo de cristiandad. Ante la sugerencia, ella sólo le hace la pregunta: «¿Me va hacer feliz?». «Un cursillo de tres días, hace feliz el resto de nuestra vida», le contestó esperanzadora la hermana.

En junio, se decide a seguir los consejos de su hermana e inicia el curso religioso en Jerez. A partir de las jornadas de formación, siente una transformación interior. Su vida cambia gracias al perdón ofrecido a los terroristas y el amor a Dios. Su actitud cambia y decide querer a todo el mundo y dejarse amar. Comprueba que durante todos los años de sufrimiento Dios es el que la ha ayudado a sostenerse. Durante esa época de reconciliación religiosa, contribuye con organizaciones -como Proyecto Hombre- y movimientos de cursillos de cristiandad además de impartir catequesis en una parroquia. En el año 2000, un primo misionero, que vive en República Dominicana, la invita durante dos meses, y allí conoce de cerca las misiones. Vuela de regreso a España con el pensamiento puesto en las misiones y planea irse a República Dominicana de forma definitiva. Y un poco antes de realizar el viaje, en un momento de oración en la iglesia con Dios, siente su llamada «tú va a ser para mí, quiero que te dediques enteramente a mí», cree escuchar María de la Luz. Sale de la iglesia un poco confundida envuelta en dudas, y se lo comenta a su director espiritual -el padre Guillermo Domínguez Leonsegui-, el cual le habla de la vida contemplativa y le aconseja que se vaya a la República Dominicana para un discernimiento vocacional.

Tras una estancia de diez meses realizando labores de misionera, vuelve en el 2002 a San Fernando ya convencida de su futuro dedicado la vida contemplativa. En septiembre, de ese mismo año, se pone a prueba con una semana en el Monasterio de la Piedad. Y tras conocer la vida del convento de primera mano, el 1 de octubre de 2002 decide ingresar como postulante, hasta que el pasado domingo hizo sus votos solemnes.

Sus ojos, su voz y su tranquilidad, junto con su testimonio, reflejan una felicidad que transmite a todos los que tienen el privilegio de conocerla y hablar con ella.

El Monasterio de la Piedad de Cádiz, situado entre la calle Feduchy y la calle Montañés, fue fundado en 1668 y, desde entonces, se ha dedicado a la oración y el trabajo, teniendo un amor especial hacia la Virgen. El año próximo, las reglas de la orden cumplen 500 años. Hoy en sus muros residen dieciséis hermanas, entre las que se encuentran dos aspirantes venidas de Tanzania y dos que han realizado los votos simples de Venezuela y Méjico.

Su jornada diaria, comienza a las seis y media de la mañana con los oficios de lecturas y laudes. A las siete y media realizan una oración personal y un rezo 'tercia' (de una hora de duración). Seguidamente desayunan y se dirigen, cada una, a su tarea conventual hasta la una y media, donde tiene lugar la oración 'sexta'. A las dos tienen el almuerzo en el refectorio tras el cual, cada una se retira hasta las cuatro y cuarto donde realiza la oración 'nona'.

En la jornada de la tarde, a las siete se dirigen a la iglesia del Monasterio para el rezo de las vísperas, a las siete y media la misa y seguidamente el Santo Rosario que finaliza con media hora de oración personal. A las nueve y cuarto tienen la cena donde comentan las actividades realizadas por cada una durante la jornada y se despiden con el rezo del día. Hasta la vuelta a empezar de la mañana siguiente.