Juan Navarro, propietario de Casa Pepe. A la derecha, el escudo franquista junto a los retratos de Primo de Rivera y Franco.
a los 67 años

Fallece el propietario de 'Casa Pepe', templo del franquismo

Juan Navarro consagró su restaurante a la figura de Franco con abundante simbología de la dictadura

MADRID Actualizado: Guardar
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El gremio de hosteleros ha perdido a uno de sus miembros más conocidos, una persona que no dejaba indiferente a nadie. Juan Navarro, propietario de ‘Casa Pepe’, falleció el pasado lunes a los 67 años de edad. El local que regentaba, situado en plena N-IV, a pocos kilómetros de Despeñaperros, se había erigido como uno de los restaurantes más célebres de la geografía española por haberse convertido en un centro temático del franquismo.

Navarro no atesoraba una colección de estrellas Michelin por la excelencia de su carta pero logró que su negocio fuera conocido internacionalmente. “Soy franquista desde que nací”, afirmaba ufano en una entrevista publicada hace varios años. Y en virtud de su controvertido credo, hizo de su casa un auténtico santuario consagrado a la figura del dictador.

El estado de salud del hostelero se había deteriorado en los últimos meses. El tratamiento contra un cáncer de páncreas que sufría le había dejado muy debilitado y, había permanecido ingresado durante veinte días por una neumonía de la que, finalmente, no logró recuperarse. Fue su hijo Juan José, que encarna la cuarta generación de un local con noventa años de historia, quien confirmó la noticia después de que, a lo largo de la semana, se extendiera como la pólvora por las redes sociales.

‘Casa Pepe’ se popularizó, a pesar de su dilatada trayectoria, en los últimos años gracias a la aparición de su peculiar propietario en varios medios de comunicación. Una enorme enseña franquista preside la estancia junto al retrato del general Franco. No hay rincón en el que no esté presente el folclore del Régimen, del que Navarro presumía con orgullo como una tradición familiar de la que no estaba dispuesto a prescindir por mucho que cambiaran los tiempos. Acostumbrado a las críticas, se defendía siempre apostillando que “no molestaba a nadie” y que “mantendría su forma de pensar hasta que Dios quiera”.