Murdoch y Wendi Ding, en una imagen de archivo. / Andrew Gombert (Efe)
tercer divorcio del magnate

La ‘hooligan’de Murdoch

Wendi Deng, nacida en plena 'purificación ideológica' de Mao, huyó a EE UU cuando pudo tras haber destacado como jugadora de voleibol

MADRID Actualizado: Guardar
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Ahora que la frasecita 'Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer' está devaluada por machista, podía aparecer hasta hoy Wendi Deng, la esposa de Rupert Murdoch, para demostrar que detrás, delante o al lado de este 'gran' hombre lo que había es una gran 'hooligan'; una feroz guardaespaldas, una 'terminator' con hechuras de geisha... En definitiva, el sueño de cualquier octogenario. Como ya todo el planeta conoce, Wendi lanzó un gancho de izquierda a la mandíbula del espontáneo que intentó estampar un plato de falso merengue (espuma de afeitar) en la cara de su maridito, el polémico magnate de la prensa sensacionalista, durante su comparecencia en la Cámara de los Comunes por el escándalo de las escuchas.

Por más que nos la podamos imaginar en kimono, sirviendo el té o tocando el koto, Wendi con su nombre naif y su espesa y larga melena negra no es japonesa sino china. Nació en plena Revolución Cultural, aquella fanática y cruel 'purificación ideológica' emprendida por Mao, y tras despuntar como eficaz jugadora de voleibol escapó en cuanto pudo a Estados Unidos, donde pronto alcanzó dos ambiciosas metas: diplomarse en Yale y robarle el marido a una amiga. A Murdoch lo conoció, años después y ya divorciada, en Star Television. Ella era una empleada. Él era el dueño.

Ella tenía 27 años, él 65. Él además estaba casado. Pero ¿a quién le importan esas minucias cuando el amor de verdad llama a la puerta? Murdoch debio de pensar al verla que no hay dos sin tres y que a la tercera va la vencida. Y ella debió de exclamar al verle lo mismo que Victoria Abril en aquel anuncio: ¡Rupert, te necesito! Porque esta Wendi no buscaba un Peter Pan, sino al abuelo de Heidi (pero con más vacas). Ahora que él ya es octogenario, es ella la que le ayuda a sentarse, a sorber la sopa o hacerse el nudo de la corbata. O más bien (en el pecado lleva Murdoch la penitencia) la que le dice cómo sentarse, que no haga ruido al sorber la sopa, que no golpee la mesa al hablar en público (verídico) y que se ponga derecha la corbata...

Porque en la Cámara de los Comunes, para satisfacción de Pepe Bono, sigue imperando la corbata. Aunque yo en esa guerra 'corbaticida' y en esa cruzada contra el aire acondicionado extremo, que gasta los recursos del país y del planeta con el único objetivo de que la gente pase frío, estoy con el ministro Sebastián. Es más, lo que deberían hacer es ponerles uniforme de verano a los ujieres y cambiar el traje por el polo. Que los diseñe Adolfo Domínguez, Antonio Miró... O ya en un arranque de audacia, Custo. Y al Congreso, en julio, todos en polo. Vale, los de derechas si quieren pueden llevarlo con el cuello subido.