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Parásitos de la industria cultural

Un ensayo denuncia que las empresas tecnológicas han alentado el 'todo gratis' en la Red para nutrirse de contenidos

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El discurso ha calado tan profundo que quien osa contradecirlo es tachado de reaccionario. Apelar a los derechos de autor en Internet, rebatir el interesado concepto de 'cultura libre' y recordar la propiedad intelectual equivale a ser calificado de retrógrado. Un nostálgico que se niega a aceptar el curso de los tiempos, cuando no un lacayo al servicio de entes malignos como discográficas o editoriales, que se han lucrado históricamente sangrando a los artistas.

El título del ensayo de Robert Levine recién editado en nuestro país por Ariel no deja dudas: 'Parásitos. Cómo los oportunistas digitales están destruyendo el negocio de la cultura'. El autor no moraliza sobre los estragos de la piratería: demuestra cómo la auténtica guerra se libra entre las compañías de medios que financian gran parte del entretenimiento que leemos, vemos y escuchamos, y las empresas tecnológicas que quieren distribuir sin ningún coste sus contenidos. Explica por qué aceptamos con naturalidad pagar sin rechistar la cuota mensual del ADSL o 500 euros por un iPad, pero cuando nos cobran 2,95 por una película 'on line' nos parece un robo.

Levine no es un jurista de la SGAE, sino un periodista curtido en 'Rolling Stone', el 'New York Times' o la mismísima 'Wired', la 'biblia' del hombre digital. Escrito con la profusión de datos y anécdotas y el ritmo del mejor periodismo de investigación yanqui, 'Parásitos' constata que los cantos de sirena del todo gratis que cautivaron a los usuarios y a la misma industria cultural ahora agonizante han sido promovidos por empresas como Google, Apple o YouTube, para las que los libros, las películas, los discos y la información de los periódicos son solo combustible gratis con el que alimentar el motor de su actividad.

Durante estos últimos diez años, facilitar el acceso de los internautas a los contenidos ha sido uno de los mejores negocios del mundo. Rendidos a la tecnología, aceptamos como algo inevitable que la música, las noticias y los estrenos estuviesen gratis en la Red, sin remunerar a sus autores y sorteando a intermediarios que 'no hacían nada', salvo aumentar el precio final del producto. Una revolución. Los cineastas iban a colgar sus películas y los músicos sus maquetas. El periodismo libre se haría ciudadano.

El problema, como argumenta Levine, es que, a pesar de la asombrosa variedad de opciones que ofrece la Red, las estadísticas muestran que la mayoría de consumidores sigue optando por el mismo tipo de cultura que antes, aunque de un modo que no es sostenible para los que la producen. Así, un estudio en Estados Unidos descubrió que más del 99% de los links de blogs a noticias enlazaban con los principales medios de comunicación, como periódicos o emisoras. Los títulos más pirateados son los mismos que encabezan las listas de éxitos de las radiofórmulas y el 'box office' cinematográfico.

Gurús a sueldo de Google

Los 'convertidos' a la nueva fe digital lo tienen claro: ¿por qué no puedo ver el mismo día del estreno televisivo en EE UU toda la temporada de 'Homeland'? ¿Por qué tengo que pagar 18 euros por el último cedé de Lana del Rey? Hasta ahora el conflicto se ha presentado como una lucha entre unos medios que se resistían a adaptarse a la nueva realidad de Internet y unos consumidores cada vez más exigentes: lo quiero ahora, en cualquier formato y, por supuesto, sin coste. Pero como muchos argumentos ideológicos sobre Internet, apunta el autor, «la idea de que los consumidores quieren medios gratis tiene detrás una agenda económica».

Los gurús digitales han ganado rápidamente adeptos. Cuando Viacom demandó a YouTube en 2007 por infracción de derechos de autor, el profesor de derecho y activista de la Red Lawrence Lessig clamó que se frenaba la innovación. Se olvidó de mencionar que Google, que acababa de comprar YouTube, había donado 2 millones de dólares a la fundación que él dirigía. ¿Que Hollywood es un 'lobby'? Levine recuerda que Google donó casi un millón de dólares a la campaña de Obama de 2008, más que cualquier empresa a excepción de Goldman Sachs y Microsoft.

A muchos se les llena la boca con los nuevos modelos de negocio bajo licencia Creative Commons, por la que los artistas regalan el derecho a distribuir su trabajo. Una alternativa al 'copyright' que permite a las empresas tecnológicas disponer de contenidos sin restricciones. Lástima que catorce miembros del consejo directivo de Creative Commons tengan vínculos con firmas como YouTube y Flickr, propiedad de Yahoo. La vicepresidenta de la organización, Esther Wojcicki, es la suegra del fundador de Google, Sergey Brin.

'Parásitos' explica obviedades que los cibernautas parecen haber olvidado. Como que las discográficas se ocupan de una parte fundamental del negocio musical: buscar, promocionar y producir la obra de los artistas. «La gente piensa que gracias a la tecnología digital las cosas se hacen en dos segundos y que ya no hay que pasarse seis meses trabajando en el estudio», reflexiona en el libro Jack White, exlíder de White Stripes. «No entiendo la mentalidad del todo gratis, es un insulto hacia el artista».

Levine también analiza la industria editorial y rebate a quien piensa todavía que un archivo para el Kindle no puede costar tanto como un libro de tapa dura. Ignorando que el coste material de un tocho de Ken Follet apenas supera los 3 dólares: se paga el texto, no el papel. Los agregadores de noticias, como el 'Huffington Post', también resultan un pingüe negocio. Cómo no van a serlo si no hay que pagar a los periodistas que para conseguir buena información necesitan tiempo y dinero. Eso sí, proporciona «visibilidad» y hurta la publicidad de las ediciones digitales de los diarios.

«Es el momento de preguntarse seriamente si la industria cultural tal como la conocemos puede sobrevivir en la era digital», se pregunta Robert Levine. El desafío es que los creadores de contenidos puedan cobrar sin matar la formidable libertad del mundo digital.