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Obama: El segundo discurso

El mandatario estadounidense aprovechó para llamar a Netanyahu mi amigo Bibi y para citar por su nombres a los Srs. Abbas y Fayyad como dirigentes palestinos solventes y moderados con los que se puede y se debe negociar

MADRID Actualizado: Guardar
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El presidente Obama hizo hoy exactamente en Israel lo que se había previsto universalmente: recomponer un poco su imagen en el país, ayer con un abrazo (limitado a un solo hombro, medido en lo gestual) al primer ministro Netanyahu y hoy con un discurso ante un público joven en el que defendió, cortés pero firmemente, el derecho palestino a tener un estado por las mismas razones que justifican que los israelíes tengan el suyo…

El discurso, de todo abiertamente didáctico, es un modelo en su dimensión técnica: bien escrito, bien leído, con altura de miras y una deliberada ausencia de voluntad de obtener con él réditos políticos. Solo se puede anotar en este orden que aprovechó para llamar a Netanyahu mi amigo Bibi y para citar por su nombres a los Srs. Abbas y Fayyad como dirigentes palestinos solventes y moderados con los que se puede y se debe negociar.

La elección del escenario da una pista y se explica porque elegir un centro de convenciones fue, sobre todo y antes que nada, no elegir el parlamento, lo que habría sido más del agrado del gobierno y la procelosa clase política profesional. El presidente decidió dirigirse no al stablishment, sino directamente al pueblo israelí.

El marco impuesto, pues tal fue, una imposición descrita como un deseo propio de un Obama que conecta bien con los jóvenes, garantizaba mejor los aplausos que en una Knesset donde los ultranacionalistas tienen mayoría y sostienen con holgura a una coalición de gobierno que ha entregado al movimiento colono áreas clave como Defensa, Exteriores, Construcción y Vivienda y la Comisión de Hacienda del parlamento.

Compensando a El Cairo

En su descargo, los organizadores del viaje pueden argumentar que Obama hizo lo mismo hace cinco años cuando se dirigió al mundo árabe en expectativa de democratización, tendió la mano a los musulmanes y se ganó a buena parte de la opinión islámica… y también en un marco escogido y semejante y ante un público equiparable: la universidad estatal de El Cairo.

En este orden, el discurso es también una especie de compensación no oficial a lo sucedido entonces, que causó gran malestar en Israel, donde no pudieron digerir que, a solo media hora de avión, no hiciera una escala en un país al que ayer calificó de “nuestro mayor aliado”. La herida infligida entonces a la relación bilateral fue duradero y culminó con la decisión de la Casa Blanca de cancelar la exhaustiva mediación entre Israel y Palestina que Obama encomendó al prestigioso ex- senador George Mitchell como su enviado para la búsqueda de la paz.

Cuando finalizó en fracaso completo la gestión Mitchell, Obama comprendió que había poco que hacer con un gobierno Netanyahu y levantó el pie del acelerador, nombró embajador en Israel a Dan Shapiro, un judío de su staff de confianza y estrecho colaborador suyo, y aparentemente tomó la decisión de no pisar el país en la primera legislatura: una excepción interpretada como una expresión de desagrado y una muestra de frialdad. Pero Washington siguió protegiendo a Israel diplomáticamente, votó contra la decisión prácticamente universal que dio a Palestina un nuevo y superior status en la ONU y una condición de “Estado” suficiente a ciertos efectos.

¿Qué reconciliación?

En Israel no se hacen ilusiones sobre un pretendido cambio en la conducta presidencial. Y tal vez aciertan al considerar que la ausencia de presiones en el dossier palestino, la exhibición de protección militar al Estado con la entrega de medios balísticos sin precedentes (el programa “Iron Dome”) y la reiteración oficial de la famosa fórmula de los “vínculos irrompibles” entre las partes) son parte indispensable de la primera parte de la elaboración de la nueva estrategia. Porque la hay…

Este guión, por lo demás, es inseparable de la gestión que se espera siempre de un presidente de segundo (y, por tanto, último) mandato. Hay docenas de precedentes, pero uno que solo los muy iniciados recordarán ahorra comentarios: en las últimas semanas de su segundo mandato, en diciembre de 1988, el presidente Reagan, poco sospechoso de anti-israelismo, ordenó “abrir un diálogo político sustancial con la Organización de Liberación de Palestina” (…) un giro copernicano entonces.

Esto sugiere que la pretendida renuncia de Washington a arreglar el conflicto palestino-israelí es un conjunto de gestos y mensajes que, en una primera parte del último cuatrenio, se tienen por lo mejor para no alienarse a Israel, sin comprometer eventuales decisiones de signo distinto. ¿Es imposible que en diciembre de 2016 Obama ordene que se vote el ingreso de Palestina como miembro de pleno derecho, sin limitación alguna y convierta a Israel en un país agresor, ocupante e ilegal? “Remember Reagan”… podríamos decir.