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«La locura de Disney» cumple 75 años

'Blancanieves y los siete enanitos' fue el primer largometraje de animación del genio de Chicago

MADRID Actualizado: Guardar
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«Había una vez una niña muy bonita, una pequeña princesa que tenía un cutis blanco como la nieve, labios y mejillas rojos como la sangre y cabellos negros como el azabache. Su nombre era Blancanieves. A medida que crecía la princesa, su belleza aumentaba día tras día hasta que su madrastra, la reina, se puso muy celosa. Llegó un día en que la malvada madrastra no pudo tolerar más su presencia y ordenó a un cazador que la llevara al bosque y la matara. Como ella era tan joven y bella, el cazador se apiadó de la niña y le aconsejó que buscara un escondite en el bosque». Así comienza la historia de Blancanieves, uno de los cuentos más conocidos en todo el mundo cuya versión más popular debe su autoría a los hermanos Grimm y que tal día como hoy, hace 75 años, tuvo su puesta de largo cinematográfica en Los Ángeles gracias al mayor genio que ha dado el campo de la animación, Walt Disney.

El productor, director y animador estadounidense que, andando el tiempo, dotaría de nueva vida a personajes clave de la cultura universal como Pinocho, Cenicienta, la Bella Durmiente o Peter Pan, había acunado ya a Oswald el conejo afortunado y a Mickey Mouse, protagonistas de una serie de cortometrajes que constituirían los cimientos de su futuro imperio. Pero no tardó en darse cuenta de que el formato constreñía sus posibilidades. La trama era, necesariamente, demasiado simple, y los personajes no podían desarrollarse como a él le gustaría. Por si estos no eran motivos suficientes, los ingresos obtenidos con ellos eran magros. Era necesario ir más allá.

Fue así como Walt Disney se embarcó en lo que en su tiempo fue calificado de auténtica «locura». Reuniendo los fondos de que disponía personalmente y metiendo mano a la caja de sus estudios, comenzó a preparar su primer largometraje de animación, empresa para cuya materialización estimaba que precisaría unos 250.000 dólares -finalmente la película costó casi un millón y medio- y para la que reclutó a cerca de 300 personas que fueron sometidas a un intenso programa de formación, empleando la serie de las 'Silly Symphonies' como laboratorio de pruebas.

Idilio con el público

A mediados de 1934, el primer borrador del guion de la cinta ya estaba listo, aunque el libreto sería sometido a sucesivas rescrituras con el fin de satisfacer los deseos del jefe, entre los que se contaba un planteamiento más completo de la trama y un mayor desarrollo de los personajes, incluyendo a los secundarios, de modo que el espectador contase con múltiples puntos de atención. Fue por ello que Disney dotó de nombre a cada uno de los siete enanitos al tiempo que prescindía de elementos del cuento y añadía otros que no figuraban en este. Cualquier parecido con la versión que J. Searle Dawley dirigiese allá por 1916 y que inoculó en un por entonces adolescente Walt Disney la idea de plasmar él mismo en imágenes el texto de los hermanos Grimm sería puramente anecdótica.

Numerosos directores artísticos pusieron su talento al servicio de la historia, cuyo núcleo principal sería el antagonismo entre la malvada reina, celosa de la belleza de Blancanieves, y la inocente muchacha sumida en un profundo sueño a causa de la manzana envenenada que toma de su madrastra y del que no podrá despertar hasta recibir un beso de su amado.

El 21 de diciembre de 1937, 'Snow White and the Seven Dwarfs' veía por fin la luz en el Carthay Circle Theater de Hollywood. El resultado de las innovaciones técnicas y artísticas fue extraordinario. El primer largometraje animado de Disney, para el que se había invertido cerca de un millón y medio de dólares, lograría recaudar casi doscientos millones. También obtendía una nominación a los Oscar, en el apartado de mejor banda sonora. Y, sobre todo, sentaría las bases de lo que habría de llegar en las décadas siguientes. Solo dos años después, el hombre que había tenido que rogar a los ejecutivos del Bank of America que le prestasen el dinero necesario para llevar su sueño a buen puerto inauguraba sus flamantes nuevos estudios en Burbank, de los que inmediatamente saldrían otras dos películas, 'Pinocho' y 'Fantasía'. Había nacido el idilio entre Walt Disney y millones de niños. Un romance cuya llama sigue hoy tan viva como entonces.