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El ADN de los Koplowitz

¿Un quinto hermano? Carlos Iglesias Rangel, un funcionario que vive en Lausana, reclama el apellido

MADRID Actualizado: Guardar
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Estás nervioso? -No, no. Carlos Iglesias Rangel respondía imperturbable a su abogada, justo antes de entrar en la sala donde ayer se celebraba la vista por la demanda de paternidad presentada por este ciudadano que reclama el apellido Koplowitz. Estaban citados todos los miembros de la saga y les fueron llamando uno por uno: Alicia y Esther Koplowitz Romero, Ernesto e Isabel Clara Koplowitz Amores, Carlos Ernesto Iglesias Rangel (¿o Koplowitz Rangel?) y los herederos de Sergio Iglesias. Un galimatías de apellidos cruzados entre los hijos de tres madres y de un solo padre, el magnate Ernesto Koplowitz Sternberg, el judío alemán que llegó a España y fundó el imperio de Construcciones y Contratas, ahora FCC. La filiación de Carlos Iglesias aún tiene que desvelarse y es, precisamente, lo que ha de dirimir el Juzgado de Primera Instancia número 49 de Madrid, que ordenó exhumar los restos del patriarca y enviarlos al Instituto Nacional de Toxicología para buscar muestras de su ADN.

La previsión de que la reunión de ayer fuera clarificadora concitó en la madrileña calle Princesa a los medios de comunicación, que solo pudieron captar la imagen actual del demandante, tímido, delgado, con un castellano de acento venezolano y protegido por su letrada y por su procuradora, que apenas le dejaron pronunciar tres frases. «Discreción, discreción. Es un tema familiar y yo creo que hay que respetar a la familia, a las personas que han muerto, a mis hermanos. No tengo nada más que decir».

«Alma, no apellido»

Soltó la declaración con ímprobo esfuerzo al salir del juzgado, un cuarto de hora después de entrar. La ausencia de los letrados de las hermanas Koplowitz provocó el aplazamiento de la vista hasta el 17 de mayo. El procurador de Alicia y Esther tuvo que soportar un rapapolvo de la fiscal, que aludió a un gasto público innecesario si hubieran avisado con antelación. La primogénita Isabel Clara no apareció, vive en Canadá y no quiere saber nada de la familia, como demuestra la esquela que llegó a publicar en 'Abc'. Ernesto Koplowitz Amores, llegó tarde, tal vez para evitar encontrarse cara a cara con Carlos. Ni se vieron ni se hablan desde hace años. Cuenta Ernesto que le pagó una exquisita educación en Suiza, en la que invirtió unos 700.00 francos suizos (unos dos millones de euros) y que no se lo ha agradecido como debiera. Incluso llega a dudar de su sangre: «Ya no pongo la mano en el fuego por nadie. Los Koplowitz son alma, no apellido».

Y dinero. Si el progenitor levantara la cabeza se encontraría con una familia desunida en la que anidan los pleitos y el rencor y con un apellido de abolengo envuelto en miles de millones de euros y al que no le es ajeno la tragedia. Él mismo murió al romperse las vértebras cuando se cayó de un caballo en el Club de Campo de Madrid. Le acompañaba su hijo Ernesto, quien lo recuerda muy bien porque era el día de su cumpleaños, el 7 de mayo de 1962. Tremendo mal trago para sus 16 abriles.

Por aquel entonces, el empresario ya había engendrado a su prole. Clara Isabel y Ernesto nacieron de su relación con Isabel Amores, empleada del Banco Rural y Mediterráneo. Les reconoció y les dio el apellido y cariño, aunque no se casó con su madre, sino con Esther Romero de Joseu, heredera de una rica familia cubana. Según Ernesto, el primogénito de los hijos varones, la boda fue obligada porque Esther Romero se había quedado encinta, así que, con sus influencias, consiguieron una dispensa papal para que un judío pudiera contraer nupcias con una católica. «De hecho, pasó un año hasta que la niña Esther Koplowitz Romero fue inscrita en el registro civil, por lo que tiene un año más de lo que se cree», puntualiza su hermano.

'Desterrada' en Biarritz

Luego vendría al mundo Alicia. Pero cuando el padre murió ya existía Carlos. «Pensaba ir a verle a Suiza justo al día siguiente de que montáramos a caballo. El niño debía de tener un añito». Fruto del romance extramatrimonial vivido con la venezolana Albertina Rangel, a Carlos no le dio el apellido, aunque fue reconocido como nieto por la abuela paterna. Cuando su esposa, Esther Romero, conoció la aventura, Albertina fue 'desterrada' a Biarritz. Posteriormente se casó, a instancias de Koplowitz Sternberg, con Sergio Iglesias, un empleado suyo.

Esther y Alicia recibieron la protección de Ramón Areces, el creador de El Corte Inglés, y se casaron jóvenes con los banqueros Alberto Alcocer y Alberto Cortina, respectivamente. Ambas se divorciaron y Esther volvió a casarse con Fernando Falcó, marqués de Cubas, exmarido de Marta Chávarri, con la que Cortina tuvo una relación sentimental. Otro cruce de amores.

Mientras, Carlos Iglesias, que reside en Lausana (Suiza), reivindica el apellido Koplowitz, aunque existen dudas de que de las cenizas de su presunto padre puedan extraerse restos óseos con ADN concluyente debido a su deterioro. Respecto a la herencia, Ernesto asegura que sus posibles derechos pueden haber prescrito.