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El Reina Sofía rescata del olvido a María Blanchard

El museo expone 76 obras en la que se reflejan sus comienzos, su paso por el cubismo y el retorno a la tradición figurativa

MADRID Actualizado: Guardar
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María Blanchard (1881-1932) compartió taller con Juan Gris y Diego Rivera, militó en la vanguardia y su obra cautivó a escritores como García Lorca o Gómez de la Serna. Su pintura, que se adscribe en una primera etapa al cubismo, conmueve por su dramatismo y seduce por su dominio de la técnica. Pese a ser una grande entra las grandes, su enorme talento ha quedado en el olvido. Ahora el Museo Reina Sofía y la Fundación Botín reivindican la figura de Blanchard y exponen 76 de sus obras de esta mujer que vivió en un mundo artístico dominado por los hombres

Blanchard tuvo una vida desgraciada. Con joroba, gafas de miope de gruesos cristales y baja estatura, sufrió el rechazo y la hostilidad de un entorno poco compasivo con las deformaciones físicas. Aun así, alentada por su padre, María Blanchard alimentó una vocación artística insobornable y trabajó con denuedo hasta conseguir un reconocimiento merecido. Su pericia y calidad son tales que en algunas ocasiones algunas de sus pinturas fueron atribuidas a Juan Gris. La pacata sociedad española de la época nunca aceptó la audacia de esta mujer. Pero incluso a los liberales y libertinos vecinos de Montparsasse les era difícil aceptar a una mujer desaliñada, poco agraciada, terca y asediada siempre por las penurias económicas.

La muestra, de la que es comisaria María José Salazar, recorre cronológicamente las tres etapas artísticas por la que discurre la carrera de Blanchard. Comienza con la etapa de formación, continúa con su periodo cubista (1913-1919) y concluye con el retorno a la pintura figurativa (1919-1932).

El hecho de que a su muerte toda su producción artística fuera retirada por orden de su familia dificultó la difusión de su obra, a pesar de que como pintora cubista "igualó y, en ciertos casos, superó", a algunos epígonos de este movimiento, según Salazar. Para la comisaria, "si hay una gran pintora cubista, esa es María Blanchard". La crítica y los historiadores del arte han valorado más sus cuadros figurativos que los cubistas, pese a que la artista conocía perfectamente los secretos de la composición geométrica. En este sentido, por su rigor formal, la austeridad y el dominio del color, la pintora sobrepasa en talento a coetáneos como Albert Gleizes, Auguste Herbin, Louis Marcoussis, Jean Metzinger o Fernand Léger.

'Outsider'

Figura que escapa a las clasificaciones, Blanchard puede ser considerada una 'outsider', pues no encontraba "fácil acomodo" en los modelos de la época, de acuerdo con el director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel.

El periodo cubista de la artista santanderina está representado en la exhibición con 41 obras, de las cuales 35 son pinturas y 6 dibujos. Durante esta etapa, su obra evoluciona desde un cubismo con motivos figurativos fácilmente identificables, que en cierta medida evoca a Diego Rivera, hacia otro más sintético, cercano a la estética de Juan Gris. Ambos comparten una serie de referencias como son la representación de la botella, el frutero, el molinillo o el periódico. Esta trayectoria queda patente en obras como 'Mujer con abanico', 'Naturaleza muerta roja con lámpara' o 'Bodegón con caja de cerillas'.

A partir de 1919, mientras en Europa triunfan las propuestas dadaístas y surrealistas, María Blanchard se aleja del cubismo y regresa a la figuración, si bien no se desprende del todo del gusto por la estructura geométrica. Por su composición volumétrica y uso de la luz, sus pinturas tienen una afiliación próxima a Cézanne. En 1921, con la presentación de 'La comulgante' en el 'Salon des Indépendats' la creadora alcanza la cima en cuanto a reconocimiento de crítica y público. Esta circunstancia dio lugar a que Paul Rosenberg, hermano de Léonce, su anterior marchante, la reclutara para su galería.

Veintiséis pinturas y cinco dibujos muestran la plenitud de la artista en esta fase, en la que alumbra pinturas como 'El borracho' (1920), 'Las dos hermanas' (1921), 'Maternidad oval' (1921-1922), 'El niño del helado' (1924), 'Bodegón oval' (1925) o 'La convaleciente' (1925-1926).

En 1927, tras varios hechos luctuosos, entre ellos la muerte de Juan Gris, el ánimo de la artista se hunde y suscita una "inflexión", en la que aparece una "iconografía más sensible, melancólica y poética", dice la comisaria de la muestra.