Imagen de archivo de Camarón de la Isla. / Vídeo: Óscar Chamorro
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Camarón, las raíces del mito

Se cumplen 20 años de la muerte del cantaor | En una fecha tan señalada, sus hermanos y amigos recuerdan su infancia en algunos de los lugares más emblemáticos del cantaor en San Fernando

SAN FERNANDO Actualizado: Guardar
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Canta Camarón: «Cuando los niños, en la escuela / estudiaban para el mañana / mi niñez era la fragua / yunque, clavo y alcayatas». Esta es la fragua: un portón de madera, coronado por dos faroles, su retrato en relieve, y un grabado doméstico, de cerámica, con cinco versos cortos tumbados por la cursiva: «En la Isla yo nací.». El interior, dice su hermano Manuel, no puede visitarse porque amenaza ruina, pero se supone que dentro hay volquetes y herraduras, pinzas, cadenas y una romana vieja, de esas que servían para pesar los canastos de aceitunas. Allí trabajaba su padre, Luis Monge, gitano y herrero, capaz de darle vuelo a las letrillas mientras azuzaba el soplete. «Mi madre, Juana, también cantaba», recuerda Manuel, un anciano moreno y frágil, parco en palabras, como el genio, y sin embargo extrañamente expresivo. «José tenía mucho oído, se fue quedando con los palos y luego los hacía a su manera en los patios de vecinos».

Camarón, con siete años, es un crío tímido y flaco, «rubio como la lumbre», que corre por el empedrado de Las Callejuelas, dando pases de pecho, verónicas y chicuelinas a toros que no existen. En el mismo barrio popular, de casitas bajas y encaladas, vive Manuel Luque, Manuel 'El del lunar', que comparte con José la pasión por el capote (la plaza les queda cerca) y la íntima convicción de que siempre serán libres. «Desde chico, a Camarón no había quién lo atara en corto», explica hoy su amigo del alma, uno de los pocos que se han ganado el derecho a entrar sin llamar en la casa de Manuel, 'el patriarca', porque se le reconoce esa ligazón antigua, ese afecto mutuo que estuvo por encima de los viajes y la fama. «Respetaba a su padre y a sus hermanos, por supuesto, pero fue un niño incontrolable como después fue un hombre incontrolable, que se quitaba de en medio a las primeras de cambio y hacía sólo lo que le pedía el cuerpo». Y lo que le pedía el cuerpo, «por encima de todo», era torear.

«Era un potro salvaje», recuerda Manuel 'El del lunar'. A las doce del mediodía, con la marea baja, la orilla del Puente Zuazo no es más que un barrizal de salitre y lodo que se come los pilares de los arcos. Allí mismo, cuando el agua lo permitía y había fondo, el Pijote chico (primer mote de Camarón, en honor a su hermano Manuel, 'Pijote' de toda la vida) bajaba las escaleras de piedra, despacito, «porque tirarse le daba jindama», y chapoteaba con la pandilla. El puente queda cerquita de la Venta de Vargas, por entonces puro extrarradio, y sólo observaban sus juegos las casuchas de latón de los barqueros. El 'canario', un autobús amarillo que hacía la ruta hasta Chiclana, les daba la hora del paseíto por la Venta, y allí siempre había algún «señorito» que conocía su genio, por mor de las razones de su hermano, fijo en el cante de la venta durante 19 años, que le hacía de promotor interesado. «El Pijote chico canta de lujo», decían, «pero o va Manuel a buscarlo o viene cuando le da la gana».

Su hermano Jesús Monge, cantaor como él, trabaja en la Plaza de Abastos de la Isla, vendiendo pescado. «Íbamos a la escuela para comer», dice. «Al Liceo del Sagrado Corazón, con los niños pobres. José y yo aprendimos a escribir nuestros nombres para que nos dieran los paquetes de leche en polvo».

Canta Camarón: «Vámonos ya pa'casa / mi alma / que ha anochecido». Esta es la casa: una fachada ruinosa, de la que cuelga una placa, una capilla pobre, con dos ramos de flores secas, y un ventanal ancho y bajo, de rejas blancas y desconchadas. La misma familia gitana y salmantina que hoy hace la ruta del genio, hasta el mausoleo, dice que no lo entiende. «En mi barrio a Camarón se le reza», suelta el hijo mayor, como un reproche.