Dos de las las obras del escritor estadounidense Philip Roth./ Efe
análisis

La épica diaria

El novelista Philip Roth, un clásico vivo, ha obtenido el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012

MADRID Actualizado: Guardar
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Cuando le preguntan qué es un judío, Philip Roth se niega a responder. Sin embargo, admite que esa condición (tan diver-sa, inconcreta, contradictoria y sin embargo tan influyente como la de protésico dental o la de zurdo, o cualquier otra que quiera imaginar el lector) tiene un efecto decisivo en lo que escribe, aun siendo de izquierdas y nada practicante de la religión de sus ancestros. De hecho, en buena medida puede leerse la obra de Roth como la epopeya de esa vasta y paradójica aventura que han desarrollado los judíos en América, desde su llegada como menesterosos y perseguidos emigrantes, allá por finales del siglo XIX y comienzos del XX, hasta estos principios del siglo XXI en que ocupan con mérito y provecho posiciones clave dentro de la sociedad, el gobierno y la economía estadounidenses.

Sabido es que los judíos siguen esperando al Mesías, o lo que es lo mismo, que no creen que todavía se les haya ofrecido la redención a la que los cristianos acceden con mayor o menor esfuerzo, según pertenezcan a las más exigentes fracciones protestantes o a la católica, con su sacramento absolutorio. En buena medida, la literatura de Roth es la expresión de una culpa que a uno le acompaña, se traduce en sus errores y en sus consecuencias (desde el remordimiento hasta el vacío afectivo) y para la que no hay reparación posible. Todo lo más a que puede aspirarse es a hallar un poco de compasión, género que tampoco abunda, precisamente, en las estanterías de los colmados de la civilización occidental. En tal clave pueden leerse sus novelas de la soledad como ‘El animal moribundo’ o ‘Elegía’, por las que un servidor declara su debilidad. La combinación de una obser-vación meticulosa, un retrato de caracteres tan preciso como implacable, y una lengua contenida y certera, acreditan a estos dos títulos como muestras de un talento literario superior, para el que el premio Príncipe de Asturias es justísimo reconocimien-to.

Pero tiene Roth otra virtud, que lo es también de la narrati-va contemporánea norteamericana a la que de manera tan so-bresaliente representa: su apego a la realidad cotidiana, a los avatares familiares, laborales, económicos y políticos (incluidos los accidentes diarios de toda índole, desde los profesionales a los sanitarios) como sustancia de la que puede extraerse alta li-teratura. Una lección que deberíamos aprender en esta Europa, y esta España, tan dada a lo heroico y anómalo. No quiere esto decir que los personajes de Roth no sean heroicos o anómalos. Lo son a su modo. Del modo en que bien podríamos serlo (si fuéramos judíos, por supuesto) cualquiera de nosotros.