El presidente de la República, Asif Alí Zardari. / Reuters
ANÁLISIS

Pakistán: Un presidente de ida y vuelta

La extraña salida de Zardari del país levanta las alertas sobre un posible golpe de Estado producto de la tensión con los militares

MADRID Actualizado: Guardar
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Súbitamente, el gobierno paquistaní hizo saber que el presidente de la República, Asif Alí Zardari, viajó esta mañana a Dubai para someterse a un rápido chequeo médico y “volverá en 24 horas”… pero otra versión indicó que acudía a “una boda”. Esta aparente descoordinación nada menos que con la agenda del jefe del Estado añadió un elemento de perplejidad sobre la situación real del presidente en el escenario institucional, su autonomía política su capacidad de maniobra e incluso su libertad de movimientos.

Si no está de vuelta en su despacho mañana por la mañana y con los jefes militares de envergadura convocados hoy en Islamabad por el jefe del Estado Mayor inter-armas, general Ashfak Kayani, no sería temerario pensar que la tensión entre ambas partes podría desembocar en una renuncia del presidente o un explícito golpe militar.

La razón última del largo enfrentamiento es aparentemente menor: el relevo súbito por el primer ministro, Yusuf Raza Gilani, del secretario general del ministerio de Defensa, general Naim Lodhi, por mala conducta y errores en el desempeño de su cargo. De hecho, por la incompatibilidad obvia entre este oficial vinculado al escalafón y el ejército-institución y los criterios del gobierno y, específicamente, del primer ministro.

El memorándum de Washington

Gilani es un caso con pocos precedentes en un país donde todos los gobiernos – elegidos en general porque aunque casi la mitad del tiempo de existencia independiente ha habido administraciones militares también los ha habido de normalidad democrática, como ahora y a veces, híbridos – saben que el gran partido político paquistaní es… el ejército.

En efecto, si el lector quiere entender mínimamente lo que sucede debe asumir que las Fuerzas Armadas no son percibidas unánimemente como un actor golpista y dictatorial, sino como una especie de árbitro en el que, al margen de partidos e intereses parciales, se confía de vez en cuando el país para enderezar las cosas.

De este estado de ánimo parece participar incluso el respetado Tribunal Supremo, que también ahora tiene un papel porque una comisión judicial designada por él está investigando si hay delito y qué es exactamente el célebre memorándum que en octubre envío un millonario paquistaní nada menos que al Pentágono – según él a través del embajador en Washington, Hussain Hakkani, muy cercano al presidente – para pedir urgente ayuda frente a lo que el gobierno civil presentía como un próximo golpe militar. El texto llegó al almirante McMullen, entonces jefe del Estado Mayor inter-armas que le echó un vistazo y lo dejó de lado. Pero una síntesis llegó al “Financial Times” (y sería después publicado íntegramente por “Foreign Policy”) y desencadenó una tormenta que forzó la dimisión del embajador y complicó la ya complicada relación de Washington con el ejército paquistaní, deteriorada por la operación americana contra Bin Laden en suelo de Pakistán sin advertencia alguna y con aparente desdén por su soberanía nacional.

La soledad de Zardari

El general Kayani y su gran socio y subordinado general Ahmed Shuja Pashá, jefe del poderoso ISI (servicios militares de Inteligencia, un poder autónomo de hecho, conocido por su discreción y su política de largo plazo) tuvieron que aceptar a Zardari a disgusto porque él es sobre todo y ante todo… el viudo y albacea político de la llorada Benazir Bhutto, asesinada en 2007 y líder de la primera formación política del país, el “Partido Popular del Paquistán”.

El presidente es, en efecto, un hombre sin grandes cualidades, que debió ser oportunamente exonerado por los jueces de graves cargos en su contra para que pudiera hacerse legalmente cargo de la presidencia. Gilani, el primer ministro, es quien realmente ha optado por hacer frente a los militares, desafiarles incluso.

Suena bien su conducta, pero será inútil en términos prácticos y eso lo sabe bien el público y, lo que es más importante, lo saben también en Washington, que ha cooperado con todos los gobiernos militares paquistaníes, incluyendo la larga dictadura de fuerte coloración islamista del general Zia ul-Haq (1977-1988). Cómo sería que cuando murió en un misterioso accidente aéreo iba con él en el avión el embajador de los Estados Unidos y ambos acababan de asistir a una exhibición de equipo militar norteamericano.