ANÁLISIS

Siria, la penúltima oportunidad

El régimen de El-Assad está cada vez más aislado tras la medida de la Liga Árabe de suspender a Damasco

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hoy, aunque esto ni se mencione fuera de la retórica oficial en Damasco, hace exactamente 41 años que, en realidad, se fundó el régimen sirio: se produjo entonces el llamado movimiento de rectificación (de hecho el fin del ala civil y radical del partido Baas, con Nureddim al-Attasi como líder) y un joven jefe de la fuerza aérea, el general Hafez al-Assad, emergió como el hombre fuerte.

Era el padre del ahora presidente, su segundo hijo varón, Bashar, quien no ha podido ocuparse de la celebración, siempre muy aparatosa y patriótica, porque tiene otras cosas que hacer: después de 41 años, la situación, tan estable y en algunos órdenes exitosa, creada por su padre, se escapa del severo control del gobierno y su formidable aparato de seguridad, incapaces ambos de acabar con una revuelta social que está ya en su octavo mes.

Las noticias, aunque confusas, parciales y a veces parte de operaciones de intoxicación informativa, son en todo caso muy malas para el régimen y hoy anotan tres hechos relevantes: a) la Liga Árabe confirmó la suspensión de Siria como estado-miembro, de hecho una expulsión; b) acciones armadas audaces de la oposición permiten hablar ya de insurgentes; c) abundan las opiniones que defienden como inevitable el fin del régimen (el príncipe Turki al-Faisal, ex-jefe de la Inteligencia saudí) o aconsejan a Bashar que dimita ya (el rey Abdalá de Jordania).

La mala gestión del conflicto

Es en cierto modo inexplicable que el gobierno y sus redes de confidentes, una tupida tela que cubre todo el país, no alcanzaran a ver la profundidad de la crisis cuando en marzo pasado empezó a manifestarse la ebullición social y política tras los éxitos de las revueltas contra los regímenes autoritarios de Túnez y Egipto.

Incluso en el nivel de las meras posibilidades de victoria por la fuerza había precedentes a no imitar, como la inolvidable constatación del general israelí Ben Eliézer, ex-ministro de Defensa y amigo personal del presidente Mubarak, quien se dijo seguro de que el gran aparato de seguridad de Egipto prevalecería sobre los revoltosos. Una fuente privada recién llegada del país, nos hizo saber entonces que la oposición radical siria (islamista en gran parte y aguardando la venganza de la matanza de 1982) apostaba precisamente por la respuesta violenta del gobierno y su falta de cintura política.

Acertó de pleno: el régimen consideró la agitación como susceptible de ser tratada por la represión, como una cuestión de orden público que sería prontamente liquidada con medidas de fuerza. Hasta donde sabemos ni siquiera se planteó, al menos hasta bien entrado el verano, examinar la posibilidad de un recurso a medios políticos. La mala gestión de la crisis – que no es monopolio de Siria y es un hecho en Bahrein y en Yemen – la empeoró gravemente y así, cuando se produjo por obligación un recurso a la transacción era demasiado tarde. Tal cosa probablemente se hizo irreversible con el mayor error cometido por Damasco hasta hoy en ese campo: ignorar el gran plan que le propuso con paciencia y sentido práctico, el vecino turco. El fracaso del viaje del ministro turco de Exteriores, Ahmet Davutoglu a Damasco, en agosto dejó la tragedia vista para sentencia.

¿Hacia una guerra civil?

La ausencia de progresos sobre el terreno (el orden público) o político (el diálogo nacional) no fueron bastantes para hacer cambiar el rumbo y el gobierno pareció seguro de sus fuerzas porque ciertamente sus componentes sociales favorables (los cristianos, el mundo laico sunní urbano y enriquecido en el comercio en una economía estatalizada y la comunidad aluí, la minoría de la familia Assad) no escatimaron sus demostraciones de apoyo.

Los dos factores, la defensa militar y policial del régimen y la presencia de factores sociales afines (lo que no ocurrió en Libia) explican la duración de la crisis, que empieza a ser una especie de agonía con ribetes de guerra civil. En efecto, ¿Cómo se pueden llamar los enfrentamientos entre el ejército y los soldados desertores que integran el llamado “Ejército Sirio Libre” y que en los últimos días han costado decenas de muertos en ambos lados?

El aislamiento de Damasco se generaliza y hasta de Moscú, el gran protector, llegan exhortaciones a volver a un desenlace pactado. El plan político del gobierno, que existe y se parece mucho al que le exigió la Liga Árabe antes de la suspensión, llegó tarde. Y ese dato es capital: con unos 3500 muertos sobre el terreno y el público motivado y desinhibido nadie, salvo pequeños grupos opositores clásicos vinculados a la primavera de Damasco (un breve periodo de apertura a principios de la década tras la muerte de Assad, padre) aceptará ahora que algo que no sea… la salida de Bashar y de su hermano Maher y… el fin del régimen. Lo que, por cierto, abrirá un temible escenario de incertidumbre.