Andy Lipkis señala uno de los árboles. / Efe
Ruta por el pacífico verde

El apocalipsis del coche

Los Ángeles vive de atasco en atasco. Lo más revolucionario es coger el autobús. Lo más sensato, plantar árboles

LOS ÁNGELES Actualizado: Guardar
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Hay distancias que no se pueden medir en kilómetros sino en tiempo. De Santa Bárbara a Santa Mónica, costeando por el camino más largo que desnuda las playas de Malibú, se tardan dos horas en coche. Pero cuando uno llega al paseo de Santa Mónica y se cree ya en la meca del cine, todavía tarda otras dos horas en alcanzar las colinas de Hollywood, por mucho que el GPS se empeñe en que son 15 minutos. Bienvenido a Los Ángeles, la ciudad donde se vive al volante, de atasco en atasco, resoplando carbono.

Los Ángeles representa el mayor éxito de la conspiración automovilística para matar cualquier brote de transporte público y multiplicar hasta el infinito las diabólicas autopistas que enlazan los diferentes barrios hasta estrangular cualquier brote de centro urbano. Los mexicanos echaron raíces en lo que era el centro histórico, que ha quedado en un extremo de la megalópolis, al este del edén donde se ha establecido Hollywood. Solo ahora que a EE UU le empieza a pesar la borrachera de petróleo por la tremenda resaca medioambiental, Los Ángeles comienza a recuperar ese kilómetro cero.

De todas las autovías la 405 es la del ‘beso de la muerte’. Los angelinos dicen entre sonrisas que la bautizaron así porque se va a «4 o 5 millas la hora» (6 u 8 kilómetros por hora), lo que a menudo no es una broma sino la cruda realidad. No importa la hora del día o de la noche que sea: siempre secuestra al conductor y lo arrastra hasta el centro de esa marea de zombies con la mirada perdida en el asfalto. La alternativa es callejear por las interminables avenidas, viendo cambiar la luz del semáforo una y otra vez sin pasar de manzana. Pero ahí los sabuesos tienen más opciones y los menos entrenados pueden pasar revista a la ciudad. Están también los más tecnológicos, que entre Google y Sigalert en el teléfono intentan capear el tráfico, aún a riesgo de empotrarse con el coche de enfrente la próxima vez que parezca moverse y no lo haga.

La barrera del automóvil resulta tan insalvable que los hoteles de Hollywood y Santa Mónica se llenan los fines de semana con los habitantes del otro barrio, que ya anticipan la imposibilidad de conducir a casa de madrugada. Casi sale más barato que el taxi, que rara vez se encuentra por la calle.

En ninguna otra ciudad resulta más práctico el coche híbrido que actores como Leonardo Di Caprio pusieron de moda hace una década. Pocas veces estarán las calles tan desiertas como para acelerar a más de 40 kilómetros por hora, que es cuando el motor eléctrico deja paso al de gasolina. Hoy ya no son solo los Toyota Prius que presumen de ecológicos por Sunset Boulevard, sino hasta los camiones de Coca-Cola. «¿Sabes que este camión no contamina?», dice la marca que en los 80 encendía la chispa de la vida. Los tiempos cambian, y las ciudades también, pero el tráfico solo empeora.

Sed de petróleo

Lo más radical que uno puede hacer en Los Ángeles es coger el autobús. Andy Lipkis, fundador de TreePeople, la mayor organización ecologista del sur de California, decidió hacerlo por puro cabreo en los últimos años de George W. Bush y su gobierno de los petroleros. Fue una de las veces que escuchó a su vicepresidente Dick Cheney decir que le daba igual lo que pensara la gente. «¿Cómo pueden decir eso y salirse con la suya?», se preguntó. «Entonces me di cuenta de que estaban contando con que nunca cambiaremos nuestro estilo de vida, que seguiremos conduciendo coches aunque para financiar nuestra sed de petróleo tenga que morir gente en otros países. Y decidí hacer lo que no esperan que haga, dejar el coche en casa dos o tres días a la semana, porque si dejamos de consumir petróleo sus industrias sufrirán».

Ese inusual acto de rebeldía que hubiera pasado desapercibido en muchas otras ciudades del mundo tiene un efecto demoledor en Los Ángeles, donde el coche define tu imagen. A Lipkis el experimento le convirtió en un hombre de barrio. Ya no podía quedar en cualquier parte de la ciudad sino que tenía que empezar a consolidar sus citas, pero lo más difícil fue hacerle frente a su mente.

Cada vez que se montaba en el autobús, que en Los Ángeles está reducido a las clases más bajas, se enfrentaba a sus complejos, al temor por su seguridad y a su propio ego. Sobre todo cuando volvía a casa de noche y cansado. «Tuve que gritarle a mi mente: Tengo una casa, tengo una empresa, soy alguien con impacto social, no un perdedor. Y con todo mi mente resultaba muy persuasiva, porque cuando me subía en el coche, ponía la radio y encendía el aire acondicionado sentía inmediatamente mi ego reforzado, aunque tuviera que prestar atención a la carretera y enfrentarme a los atascos». Décadas de publicidad al servicio de la industria automovilística seguían grabados en su subconsciente, con todos los tópicos que asocian el éxito con el coche que se conduce. Cuanto más caro, más sexy se siente el conductor, como el hombre del anuncio.

A Lipsky le cambió la experiencia el día en que se subió al autobús con una camiseta de Univisión, el canal de televisión en español con más audiencia de EE UU. Fue como tender la mano a los mexicanos que viajaban con él. De pronto se le abrió todo un mundo de nuevas conversaciones que nunca hubiera podido tener en su coche y por fin logró derrotar a la impertinente vocecita interior.

«Hemos exportado un estilo de vida en el que hacemos que los coches parezcan sexis y lo llamamos libertad. Dímelo tú, ¿es libertad las horas que llevas en el coche atascada en el tráfico sin poder moverte? Ni siquiera tienes la libertad de bajarte a comprar porque o no tienes dinero o no hay donde aparcarlo». A esta corresponsal, que ha tardado un promedio de hora y media de tráfico entre cita y cita, no tiene que convencerla de nada. Pero con sus amigos de Hollywood todavía hay mucho trabajo por hacer. «Me dicen que cuando expandan el metro lo usarán», lamenta. Entre tanto seguirán buscando una nueva aplicación del iPhone que les ayude a sortear los embotellamientos.