CRÍTICA DE TV

Niños

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Correo consternado de una lectora: «La otra tarde tuve en casa a un compañero de mi hijo de ocho años. Jugaron media hora; después, aburridos, pidieron ver la televisión». La temática coincide con el correo ya no consternado, sino melancólico, de otro lector: «¿Se ha fijado usted en que los niños de ahora, con tanta tele, ya no se ríen como antes?» Seguramente las dos cosas tienen que ver: se sonríe menos cuando se juega menos. ¿Es la tele culpable de eso? Es un ejercicio interesante ver a los héroes de los niños en los contenedores -nunca mejor empleado el término- que la tele propone en la sesión matinal. Esos héroes rara vez tienen sonrisa. Sólo sonríen cuando obtienen una victoria. Y luego se escucha una voz que dice: «Tortugas guerreras de combate», por ejemplo. La sonrisa de los niños, vista a través de la tele, suele coincidir con la publicidad: la satisfacción del consumo produce alegría. Se la produce, evidentemente, al niño del anuncio, no al que lo ve en su casa; lo que le produce a éste sólo es el ansía por poseer algo que, hasta ese mismo momento, no había considerado necesario. La narración de elementos satisfactorios más cotidianos, más alcanzables, es francamente excepcional. Algunos dibujos animados hablan de la amistad; está bien que así sea, pero es poco habitual que se trate de amistad en un entorno que el niño pueda reconocer como normal (escuela, familia). Para encontrar tales cosas hay que buscar mucho y, en general, no las hallaremos en la tele, sino en el mercado del vídeo. Hay mucha gente consciente de eso; para constatarlo basta ver las colas de padres en los quioscos, los fines de semana. ¿Qué ver? Más allá de los estólidos teletubbies, que en cierto modo están concebidos como hipnosis para lactantes, sólo estaremos seguros de encontrar ambientes medianamente apacibles en el Teo de Violeta Denou. De las historias clásicas en tono de aventura, siempre serán muy recomendables Vicky el vikingo y David el gnomo, aunque este último, por lo que se ha visto, puede tener efectos imprevistos -pesadillas, etc.- en menores de cuatro años. De las otras historias clásicas, como Marco o Heidi, siempre tan socorridas, hay que recordar algo importante: no son propiamente relatos concebidos para niños, sino mas bien para enternecer a los adultos, incluso en su versión japonesa de animación. Respecto a las programaciones de la tele, el problema no es que carezcan de productos equilibrados, que los hay, sino que éstos vienen mezclados sin orden ni concierto con el resto de la oferta y con las cataratas de publicidad, de tal modo que resulta imposible controlar lo que van a ver los niños. Y el caso es que ya no sonríen.